martes, 29 de diciembre de 2009

Diario de un garabato

Trazo sobre mi cuaderno unas líneas horizontales, diagonales. En ocasiones toman el aspecto de una curva esos garabatos con que voy llenando la hoja. Se unen a otros y el conjunto resulta agradable a la vista. Una especie de armonía acompaña a los signos en su particular baile. Algunos se repiten constantemente, deben ser necesarios pues, me digo a mí mismo.

Jamás había visto algo parecido. Deben de querer decir algo... ¿Qué querrán decir? Me contradigo. Apostaría a que quiero darles algún sentido. Me invade una angustia tremenda y no puedo respirar. Me ahogo. Me falta el aire, sin embargo sigo embobado con esos jeroglíficos. ¿Qué he dibujado? Parece una especie de rompecabezas, pero me veo incapaz de resolverlo. ¿Cómo? Pero lo había escrito yo... Deben ser letras, letras que forman palabras, lenguajes, que quieren decir cosas. Bien, no recuerdo lo que quería decir. Y acaso no hablaba conmigo, quizás trataba de comunicarme con alguien, querría transmitirle alguna idea generada en el seno de mi cabeza. Ahora estoy perdiendo la cabeza y ni si quiera sé si trataba de contar algo. Ya recuerdo, no. Esas letras no tenían destinatario. Tampoco remitente, no eran mías pues. Tampoco querían decir nada. Simplemente las había visto en algún sitio y trataba de copiarlas. No estaba escribiendo realmente, no esta vez. Ahora dibujaba, transcribía símbolos aprendidos durante mi infancia. ¿Quién los inventaría? No creo que siempre existieran. Seguro que el que lo hizo querría decir algo... Ahora que lo digo me resultan bastante familiares.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La rebelión de los tontos


Un gualdo torrente de sílabas se va apoderando de la amplitud del folio. Nacidas de la unión de letras van formando inocuas palabras para el gran público, sublimes creaciones sin embargo para el atento lector, provisto de algo más que espejuelos. Las gafas tan solo permiten alumbrar con mayor claridad el efecto del lenguaje sobre el que recae la pesada labor de comprenderlo y darle un sentido que el autor concibe para su libre interpretación.

Acusan los menos doctos desde la superficialidad. Tachan de palabrería a la supremacía del verbo y desglosan incorrectamente el texto profiriendo vituperios, invectivas, injurias. Ultrajan la actividad creadora. Se mofan, convirtiendo sus burlas en sacrilegio, profanando el santo templo del habla.
Se dejan llevar por las consecuencias de su analfabetismo y pasan a convertirse en protagonistas de un genocidio de la voz y de la expresión. Creen constituirse testigos de una incomprensible exaltación de lo inocuo, precedida de una explosión de ego. Pero fracasan en sus intentos. Fracasan y se dejan llevar precisamente por la falsa seguridad del desconocimiento. Se desarrolla en forma de criterio una inexistente capacidad de distinguir la excelencia. Creen apreciar la superioridad léxica desde un vacío mental cuyo origen es la omisión de la cultura y las ideas desarrolladas por cientos de generaciones de seres humanos.

Es el triunfo del olvido. El linchamiento de la literatura por manos de los iletrados, el desarrollo de un tipo de conocimiento nacido de la exclusión, de la falta de comprensión. La negación de la autocrítica, la idolatría de ideas aprehendidas sin juicio previo. Nos enfrentamos a la conquista del mundo por parte de los tontos. Debemos andar con ojo y escuchar atentamente al prójimo desde la humildad, si no queremos convertirnos en uno de ellos.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Interpretar notas


Nota tras nota se va articulando un conjunto armónico, hipnótico. La cadencia y el ritmo nacen del talento del músico para interpretar aquellos sonidos que enlaza desde la imaginación y libera hacia el exterior tocando el instrumento, haciendo música. Esos ecos, únicamente perceptibles para los seres vivos, guían nuestra existencia. Nacen de la visión de un mundo extramental, preexistente a nosotros. Tratamos de crear con mayor o menor éxito sobresalientes partituras, que si bien ya fueron escritas, su magnificencia nos hace sentir genios, y no simples imitadores.

Esas falsas creaciones, cercanas a la perfección de sus homólogas y antecesoras llegan a drogarnos, pasamos a ser simple ganado, detrás de un inepto pastor. De notas que trazamos y unimos entre sí con la convicción de estar poniendo el universo debajo de nosotros, de nuestra impresionante capacidad creativa. Y nos mentimos, nos engañamos, creyéndonos esclavizar a las notas y con ellas a los hombres, y demás seres que pueblan el planeta. Pero caemos en el error, haciéndonos víctimas de nuestros erróneos juicios, de nuestra excesiva arrogancia, de nuestra falsa iluminación. Nos acercamos, pero al final somos nosotros los que creemos hacerlo, mientras la música puede decidir si bailar o no por el campo del sonido valiéndose de nuestro arte. Un arte casi siempre aparente y superfluo, que no reconoce su futilidad, y el reinado de la acústica, la acústica que rara vez llega a trepar hacia el vacío de nuestros tímpanos, o que casi nunca vaga por nuestras mentes. Sin embargo nos convertimos en esclavos de aquello que desarrollamos, y que lejos de llegar a poder moldear o de penetrar en su esencia, nos manipula y entramos en un trance difícil de superar. Dejamos de ser oyentes, de tratar de comprender y de entender la música, y pasamos a alardear de nuestras inútiles capacidades, de mentiras que disfrazamos de verdades. Y ahí es cuando perdemos nuestra identidad. Creemos ser músicos, incluso compositores, pero nos quedamos en el camino de los ecos, de las vibraciones, de los impulsos generados por las cuerdas, por los pitidos, por las ondas que nos invaden. Es entonces cuando la música nos vuelve títeres, y nos hace luchar, amar, odiar, respetar, reír, todo ello impulsado por nuestra ingrata interpretación, por nuestro ridículo egocentrismo que acaba transformándonos en masa.

Música... El mundo que vivimos no se puede discernir desde nuestras notas. Quizás podamos intentar entenderlo desde el vacío musical que implicaría nuestra no existencia. Al fin y al cabo tan solo los animales pueden apreciar los sonidos que se dan en la naturaleza. Más difícil es llegar a los de aquel otro lugar. Bastaría con reconocer lo que somos y llegar a intuir lo que podemos ser.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Empuñar el arma


Cuyas armas siempre fueron,
aunque abolladas, triunfantes
de los franceses estoques
y de los turcos alfanjes

Góngora


Existe un tipo de espada, el estoque, que otorga a aquel capaz de empuñarla una imponente supremacía sobre los demás. Su perfección viene de la técnica de cientos de generaciones de herreros, que han desarrollado un extraordinario artilugio que dependiendo de quién y cómo lo utilice puede salvar o acabar con vidas. Nace del incesante golpeo del martillo sobre el yunque. En sus días era capaz de chocar contra escudos, envestir con fuerza contra la coraza que protegía a los hombres, y en ocasiones atravesar los yelmos de los caballeros.

Hecho del más puro hierro, llega a ser inquebrantable. E inquebrantable puede llegar a ser el poder del que lo empuña. A diferencia de otras armas carece de sentido, salvo que en actitud pasiva se encuentre el portador, asirlo hacia otra dirección que no sea el horizonte frente a los ojos del que mira y no con envidia, pues la magnificencia de la línea trazada por el metal nada tiene que anhelar de aquella situada a la lejanía, en un infinito tan cercano.

Es hacia allí, hacia delante, hacia donde estamos llamados a aferrarlo con decisión. Seguramente en aquella línea se inspira el herrador en cada uno de sus hercúleos golpes, creyendo vislumbrar ante él la perfección de la rectitud.

Una perfección que pierde su esencia si el que lo sostiene, no lo hace con el mismo valor con que fue creado, si con cada estacada no se acerca a las propiedades con que el mismo metal fue creado. El infinito en cada movimiento, si después de cada golpe no miramos hacia otro lado, y no nos escondemos detrás de falsas armaduras, que sólo ocultan nuestra fragilidad. Nuestra decisión y la fuerza del estoque pueden hacernos ser Dioses por un momento. Pueden llevarnos a ganar batallas, a ver más cerca aquella línea que se presenta al otro lado y que sostiene cada mañana o alberga cada noche al astro celestial que se posa sobre nosotros. Esa espada es perfecta en sí misma, pero depende de nuestra virtud. Y nuestra virtud depende de la visión que tengamos del camino que se extiende ante nosotros, del sentido que le hayamos atribuido a las huellas que hemos dejado atrás, y sin lugar a dudas de la importancia de nuestra comprensión del relevante papel que tenemos como portadores del arma.

No es arma por lo que podamos hacer con ella, ni siquiera por lo que aparentemente sea, sino por lo que representa, y por lo que debemos hacer con ella si queremos que aquel astro que nos vigila nos ilumine con más fuerza, si aquella estría de la perfección de las ideas y de la verdad con su reflejo nos de señales de cómo dirigirnos a su vera.

Porque en definitiva un arma es un instrumento para atacar y será legítimo su uso en tanto en cuanto haya una comprensión real del fin que debemos perseguir.

Mientras, los herreros se esfuerzan en sus talleres por forjar un mejor estoque...
Seguramente no sea su técnica, su sacro proceso, lo que nos sitúe cada día más lejos de aquella realidad tan lúcida, en ocasiones tan visible,  y que incluso nuestras manos pueden llegar a sentir tocar, pero que al final nunca alcanzamos, y acabamos perdiéndonos por estériles senderos, plagados de inmundicias con falsa apariencia, que nos engañan y nos hacen olvidar las plagas que nos asolaron en el pasado, y terminan mintiéndonos sobre lo que nos deparará en el futuro.

domingo, 13 de diciembre de 2009

sábado, 5 de diciembre de 2009

El triunfo de la voluntad


Llegan las masas. ¡Ahí llegan! Suenan las trompetas anunciando su llegada, se escuchan aplausos desde lo alto de las almenas, las gentes vitorean canciones desde abajo de las murallas.
No caben todos por la puerta - grita excitado un campesino con corona - Hemos de derribar los muros, acabar con los tiempos pasados, de opresión y oscuridad.

Las gentes aclaman sus palabras, poco a poco desde ambos lados de la fortaleza se va desarticulando el cerco. El fervor va en aumento, es momento de celebración. Suenan las campanas de la iglesia, nunca sus ecos han sonado tan bien en el valle. Las torres permanecen todavía en su sitio, sin embargo parecen ahora tan minúsculas... Se van uniendo las gentes. Les reciben los ciudadanos con cientos de presentes, honrando su llegada. Ayudémosles a quitarse los grilletes - sugieren algunos ciudadanos -. Poco a poco se van despojando de sus ataduras, de aquello que les había separado de la ciudad, que les había ligado a las infestas cavernas del norte.

Un niño grita con furia: Se acabaron las diferencias entre las gentes. Antes el rey llevaba corona, pero ahora es el campesino el que la exhibe sin valor alguno. Estas personas que llegan hoy se decían inferiores a nosotros y ahora conviviremos formando una comunidad entre iguales.

Un hombre de mediana edad que se encontraba cerca escuchando atentamente le contesta exaltado: ¡Te equivocas! Eran las murallas las culpables de que nuestros hermanos viviesen en las tinieblas, aislados de las letras de la ciudad. Hoy hemos derribado el muro y podemos compartir con ellos nuestro conocimiento. Seremos iguales. Iguales en la posibilidad de acceder a las ideas que nacen de la ciudad.

Segundos después, aparece el hombre más viejo de la ciudad. La gente poco a poco le deja hueco, respetuosos callan y observan el taciturno semblante del anciano. Pronto comienza a hablar: Ambos: el muchacho y el joven, os equivocáis en vuestras afirmaciones. Al primero le digo que fuisteis vosotros habitantes de la ciudad los que tiempo atrás erigisteis con la ayuda de los que hoy vuelven estos muros que nos han dividido durante tanto tiempo. Y además te digo, nunca jamás hasta hoy mostraron los recién llegados intención de derribarlo. Hasta hoy que por fin han sucumbido las piedras a la voluntad de las personas.

En cuanto al joven, el muro tan solo existía para ti en la imaginación, nunca nadie dijo que hubiese un cerco a las ideas. Aquí había una puerta que bien podía haber alguien atravesado para dirigirse a las cavernas en busca de nuestros hermanos desamparados y haberles hablado de las ideas de la ciudad, pero nadie lo hizo.
Nadie lo hizo y eso - incluyéndome a mi- hace avergonzarme de cada uno de nosotros. Hemos errado y ello es imperdonable. Sin embargo nuestros hermanos se han sabido guiar por una antorcha mucho más fuerte que cualquiera que podríamos haberles prestado desde nuestro reino, es el fuego interior de cada uno de ellos, la voluntad de la palabra, que reside en el fondo de las personas, y que es capaz de madurar con una intensidad y una fuerza que nos puede hacer escapar de cavernas, caminar largos senderos hasta ciudades y una vez allí derribar los muros que puedan haber. Siempre. Siempre triunfa la voluntad de la palabra. Solo hay que esperar a que llegue ese momento, pues como ya hemos visto poco probable parece que alguien se atreva a cruzar la puerta de la ciudad en busca de esos desalmados que vagan desprovistos de juicio, atormentados por las sombras y víctimas de su propia y mal usada razón.

La gente comprendió. Por un lado se dieron cuenta de su error al no haber cruzado aquella puerta y del aun más grave fallo de haberla construido. Pero por otro lado por fin esas gentes estaban junto a ellos. Aquella noche dormirían todos juntos en el poblado. Ya nunca más habrían murallas. Era el triunfo de las ideas. Un triunfo amargo en cierto sentido, pero compensado por la fuerza de la voluntad y el coraje.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Aves


Hoy mi cuerpo, empapado de sudor, convaleciente, vuelve a ver la luz. Veo el contraste de las nubes sobre el perenne azul del cielo. Algunos pájaros intentan volar, no disfrutan, para ellos volar supone un arduo esfuerzo. Achacan con cierta benignidad los crueles avatares que la naturaleza expone en su camino. Pocos soportan hieráticos esta hercúlea actividad que les hace sobrevivir, mantenerse vivos. Otros gozan, planean sobre el inmenso infinito, moviendo a su antojo las alas, batiéndolas, extendiéndolas en cada movimiento dejando que rocen el firmamento. Estos sí que son libres, pueden desplazarse de la forma que quieran sin por ello tener que desgastar su fuerza y pudiendo a la vez alimentar su espíritu.
Les envidio, observo desde el cuadro de mi ventana como me vigilan desde lo alto. Juegan a ser dioses, quizás en el fondo lo sean.

Diálogos

- Antes opinabas de distinta forma - aseveró Pepe con sorna.
- Sí, es la ventaja de no formar parte de un partido - replicó Álvaro triunfante.
- Bueno, los partidos también cambian, sino mira al PSOE que antes era marxista o al...
- Habladurías. Y los continentes también cambian fíjate tú, crecen a una velocidad de uno o dos centímetros al año. Quizás aquí dos siglos podamos tumbarnos en donde antes nos bañábamos. Aunque bueno igual con lo del cambio climático no haga falta esperar tanto. Puede ser que nos autodestruyamos antes de ser capaces de entender aquello que está cambiando, o de que lleguemos a entender que somos nosotros mismos los que cambiamos o incluso que podemos llegar a cambiar por nuestra propia voluntad.
- No te comprendo compañero.
- Claro está, para eso tienes que salirte de tu partido Pepito y pensar con la cabeza.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Las nuevas generaciones



Ataviados con sus mejores galas difunden palabras vacías allá donde van. Les han inculcado los más castizos dogmas nacidos de la tierra que reclaman defender. Progenitores franquistas, acaudalados terratenientes, hijos de empresarios, influencia eclesiástica, resquicios de la reacción. En ocasiones gente humilde, atraída por una aparente imagen de grandeza estética. Se les reconoce en seguida. Creen en una idea nacida de las palabras, de las frases que repiten inconscientemente. Van de aquí para allá, no se paran a pensar.

Emperifollados, llenos de adornos, el cuello doblado o levantado, la camisa por dentro, cinturón bien ajustado, los zapatos impolutos, el cabello engominado. Les invade una indescriptible sensación de superioridad. Juzgan sin conocer, no tratan de comprender, y se valen de toda la realidad existente para alcanzar su objetivo: la fama. Todos quieren llegar a la cúspide, triunfar. Ayudar a la gente, cambiar las cosas... banalidades. Años llevan mamando de la teta de su partido, de políticos que idolatran y con los que se fotografían. Corean sus nombres, aplauden sus frases, algún día serán uno de ellos. Repiten argumentos y falacias, solo serán críticos con aquellos que se pongan en su camino. Bien saben qué cadena de radio sintonizar por la mañana, qué tertulia televisiva ver por la noche, qué periódico leer cada día. Adolecen de pensamiento propio, se convierten en reflejos del ayer y en sombras del mañana. Se entregan al azar, al juicio del tiempo. Creen andar siempre por el sendero de la gloria. Nunca conocerán el error, nunca mientras sean capaces de hondear con fuerza sus banderas y símbolos, mientras sus palabras triunfen y alimenten el hambre de las personas, mientras sus coros sean vitoreados, mientras los ecos sigan resonando con la misma intensidad.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Amanecer


Es pronto, pero ya ha amanecido. Se escucha el sonido de los primeros claxons, el de los primeros portazos, el de las cucharillas removiendo el azúcar en la taza. Las persianas suben y bajan, algunos quieren dormir más pero no pueden, otros intentan hacerlo y algo se lo impide. Desde mi ventana no se ve el mundo, pero se oye el arrullo de las palomas al pasar. Vienen y van de esos viejos tejados que ocupan despreocupadas, viendo como pasa el tiempo.

Hay cientos de lugares en los que creo haber estado. He leído, he escrito sobre ellos. Me imagino al alba viendo aparecer las primeras luces en el horizonte oriental, viendo como el infinito sostiene al cielo, viendo como cambian de color según las estaciones.

Pasan los segundos, avanza la mañana, el Sol cada vez más erguido vigila desde allá arriba. Nos observa, se ríe de nosotros, sabe de su importancia. Desaparece orgulloso por la noche, quizás no vuelva más. Es esa incertidumbre la que otorga a la noche su tenebrosidad. Las estrellas también nos iluminan, igual que la Luna, pero el Sol... El Sol nos habla del tiempo, de los granos de arena que van cayendo en el reloj. Del mundo, ese lugar redondo que tantas veces ha iluminado. Poco a poco el astro se aleja de mi vista. Desaparece en el horizonte occidental, le sustituirá una inevitable oscuridad. Quién sabe si mañana volverá a aparecer, hay tantos sitios que me quedan por ver...

domingo, 29 de noviembre de 2009

Guerras y recuerdos


Hay voces que parecen suspiros. Hay suspiros que quiebran el tiempo. Hay sonidos que quedan en el olvido. Mi abuelo solía hablarme de la guerra, aquella guerra que sufrió y de la que cada vez habla menos, pero que permanece en su memoria.

Qué hambre decía él. Luchó en Brunete, en Belchite, en Teruel, estuvo en Barcelona al final de la guerra... Volvió a Valencia en barca cuando estaban llegando los sublevados a la capital condal.

Una vez en una parada del convoy en que iba su compañía, se acabaron todo el vino que había en el pueblo. Otra vez en un bosque encontró una cabaña en la que vivía una mujer, y esta se ofreció a cocinarle huevos, comió doce. Su bien más preciado durante la contienda fue un bote de leche condensada, estaba en una estantería colocado hacia abajo y un día se dio cuenta de que sus compañeros se lo habían vaciado, haciendo un agujero y chupando boca arriba. Al acabar la maldita guerra se casó, montó una tienda. ¿Libertades? Qué era eso, él no tuvo que sufrir a Franco. Luchó con la República, perdió amigos y quién sabe si quitó vidas. Al abrir el negocio se acordó de aquellos con los que compartió miserias, contrató a un compañero de trincheras como sastre.

Si le preguntas no te habla de grandes hazañas, de heroicidad, ni siquiera de muerte. Habla del hambre, eso que invade a los hombres cuando luchan entre ellos, cuando olvidan que tienen que vivir, y que solo importa morir.
Mi abuelo quería que acabase la guerra. De hecho nunca quiso que empezase. Era uno de esos españoles que bien tendría unas ideas pero que nunca creyó que fuesen más importantes que la vida de una persona.

Franco señalaba muchos héroes. Los del Alcázar, José Antonio, los fusilados por los rojos. Con su muerte nos hemos empeñado en buscar otros. Los fusilados por los fachas, las libertarias, las trece rosas, los exiliados, los maquis, aquellos que sufrieron el exilio interior.

Demasiados héroes. Para mi un héroe es aquel que se encontró con la guerra de improvisto y que nunca la utilizó como medio para liberar tensiones haciendo derramar sangre. Ni aquel que cogió un fusil con odio y lo cargó y vació de balas ni aquel que esperó levantando el brazo en alto esos días de Julio.

Me gustan las historias de mi abuelo. En ella no mata fascistas o rojos. Habla de amigos, mujeres, lugares, encuentros, lágrimas. Todo eso que olvidamos que hacen las personas.
 
Aquellos días él era un hombre cualquiera. Perdió su juventud, maduró antes de tiempo. Qué le importaba a él la revolución, la democracia o el fascismo. Mi abuelo quería formar una familia, tener hijos, nietos, disfrutar de la vida y que le dejasen en paz.

Hace unos días murió su mujer, sesenta y cinco años juntos. Le espera la soledad en su camino hacia la muerte. A menudo ve en los medios a gente hablar de la guerra, creando memoria, cimentando el recuerdo, creyéndose competentes como para decir lo que es o no justo. Esa gente no vivió la guerra debe pensar él. Nunca estuvo días sin poder probar bocado, no perdió a seres queridos. Se les llena la boca hablando de la historia y seguramente no la han sufrido.

Héroes y villanos. En la guerra no hay una pizca de dignidad. Solo ese tipo de escenas cotidianas nos hacen recordar lo que somos.

Recordar, recordar es comprender y entender. No humillar ni insultar. El recuerdo sirve para no volver a equivocarnos y no para crear mitos. Al final no somos banderas, colores o ideas, somos personas, y de nada sirve volver a convertirnos en lo que fuimos, mas aun cuando muchas veces ignoramos lo que ello supuso.

Ojalá los suspiros no se pierdan en el tiempo, lejos quedaron ya los gritos.


miércoles, 25 de noviembre de 2009

La muerte: acto II 2º parte



Pastillas, parches, morfina, un vaso de agua medio vacío. Las gafas en la mesita, no hay nada que ver. Después, unas pálidas cortinas frenando el avance de un menguante rayo de luz que ya no habrá de iluminar nada más en esta vida. Máquinas, personas, cronómetros. Un viejo cabezal destinado a quedar huérfano, una colcha que pronto se quitará el peso de la vida. Gritos cada minuto, imploran algunos, rezan otros que nunca lo han hecho. Ley de vida apunta la más suspicaz. Algunos fingen sonrisas. De pronto todos creemos conocer la suerte de nuestros destinos. Llenan el vaso, se consuelan los tontos.

Un leve estertor sustituye a los gemidos. No hay señas de sufrimiento, han sido devoradas por este. Los pulmones intactos, la agonía recrudece la atmósfera. Es el fin. Amaina poco a poco el sonido, nos hacemos cómplices de ese inevitable pasaje tantas veces relatado. Algunos creen conocerlo demasiado bien, se resignan, hacen ruidos con la boca. Otros no lo conocen, sus ojos enrojecen, les invade una impotencia nunca vista: el mundo no es como pensaban.

Suenan las teclas del órgano, distinta música, pero el mismo desenlace, el silencio. Poco durará... Suenan las campanas, el corazón de las ciudades dicen algunos. Despiden a otro tipo de entrañas, con distintas vísceras, distinta coraza. Dejará de palpitar, rojo como la sangre que dejará de correr y no coagulará esta vez mas no hará falta, ya se habrá teñido de un nuevo color, más real, más oscuro.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El acordeonista


Tengo un acordeón. Mi padre tuvo otro. El padre de mi padre también tenía uno. Qué armonía la de esas dos cajas juntas. El fuelle uniéndolas, separándolas, la vibración del diapasón...Notas anhelantes, destellos fragantes, colores, vida. Sueño al compás de los sonidos que produce, vivo pendiente de las sensaciones que genera, sus vibraciones me hacen vibrar, sus sentimientos me hacen sentir. Soy esclavo de un instrumento que deja de serlo en el momento en que me pongo a rozar con mis dedos sus teclas, que me transforma cuando uno mi cuerpo a su divina estructura. Es parte de mi, soy parte de él. ¿Quién es quién? Objeto y persona, persona y objeto, una misma cosa, un mismo destino. Puedo aprender a vivir sin él, pero de qué serviría.

Conozco la libertad. Un día la vi. Era capaz de verla. se llamaba música. Me hacía viajar, lejos, allá donde nadie me escuchaba, pero seguía tocando. El espacio era inmenso, los ecos llegaban, seguíamos tocando. 

Al final éramos los dos. Nos amábamos. Nadie nos entendía, miles de caras, cientos de gestos, sonrisas amargas. La gente pasaba de largo, quedábamos nosotros, un mundo por delante, era el mundo que siempre habíamos deseado.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Recuerdos del camino


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado

Recuerdos... recuerdos. Me hacen temblar, recordar, pensar.
¿Qué más? ¿Qué menos? Son insuficientes, somos insuficientes.
Lamentar, añorar, extrañar. Insultamos al tiempo, a la gente. ¿Cómo no nos dimos cuenta?

 La poquedad de nuestra condición, la insuficiencia de nuestras condiciones. Un camino estéril, vano, del que desconocemos el principio y el final. E incluso en ocasiones olvidamos el sendero mismo por el que circulamos. Simples peatones de una inmensa calzada. Nos faltan piernas, ojos y brazos para impulsarnos de una forma más eficaz. Pero no necesitamos más vista, esfuerzo u orientación. Estas cualidades residen detrás de todas esas ridículas capacidades que nos han sido otorgadas por el destino. Basta con hurgar en el rastro que hemos ido dejando, en el tamaño y holgura de nuestras huellas, en las historias aprendidas, en las señales vitales que nos indicaban hacia dónde mirar y que ignorábamos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Camino hacia aquel lugar



Un fétido tufo embargaba el enrarecido ambiente. Sufría yo una fuerte nausea fruto de una incomprensible ceguera que se había apoderado de mi desde hace días. Ya antes otros sintieron lo mismo, pero ello no atenuaba la repugnancia que sentía. ¿Qué era aquello? Sabía el motivo de aquel estado, pero no encontraba explicación de eso que me impedía caminar y a la vez me empujaba a huir de aquel infecto aroma, de esas sombras que vislumbraba detrás de la oscuridad que cubría mis pupilas, de esos insoportables gritos. ¿No veía? ¿No quería ver? Quizás ambas cosas. No podía describir exactamente mis sentimientos, mis circunstancias, igual era incapaz de ello, pero lo necesitaba. Necesitaba un papel, un bolígrafo. Puede que algo más. Cada vez flotaba más lejos, más arriba, igual más abajo. Lo seguro es que no permanecía en el mismo sitio.Los sonidos eran más distantes y lejanos, pero los escuchaba mejor que nunca. A medida que pasaban los segundos la hediondez era menor, sin embargo la desagradable fragancia me era poco a poco más familiar aún.
Sabía por fin de qué se trataba. Me alejaba de aquellas terribles formas aunque me sentía unido a ellas. ¿Serían parte de mi? ¿Cómo era posible?
Mi trastorno era total. El decaimiento me guiaba hacia el único y final destino. Adelantaba mi llegada, era expulsado de la tierra prometida. Dejaba de formar parte de aquello y posiblemente era yo por fin. Yo, sin nada que me rodease, una persona al fin y al cabo. En otra realidad, distinta, pero que me apartaba de esa en la que había enfermado. ¿Un nuevo camino? Quién sabe, demasiados gritos histéricos había visto allá, demasiado fuerte había sido mi enfermedad. La melancolía se apoderaba de mi. Me ataba, me hacía recordar, pensar, observar de nuevo. Ya no veía, pero podía entender y lo odiaba. Poco a poco perdía lo único que me quedaba cuando había marchado la luz, cuando había llegado la nausea. Eran los sueños, esos amigos pasajeros, que te alivian del sufrimiento de las cosas, que te hacen flotar de una forma distinta, creyendo que nunca enfermarás, viendo las cosas desde otra perspectiva, más ingenua, jugando a ser inmortal sin saber que al final la realidad devorará a la imaginación. Nadie me prestaba nada con lo que escribir. Puede que nadie nunca lo hizo, mas el deseo era demasiado intenso, demasiado intenso como para comprender que ya nunca más podría hacerlo de nuevo.

lunes, 9 de noviembre de 2009

La muerte: acto II



Siento su presencia. Nausea y temblores. La oscuridad se cierne hacia donde me encuentro. Intenta atraparme con su característico hedor, su sofocante aroma, su aspecto tenebroso. 
No es la primera vez que visita mi jardín, ya antes tanteó mi existencia. Convierte tus sueños en polvo, los destroza, los ahoga y te deja al desamparo, al amparo de la melancolía.

La reconozco. Ahora continúa con su decidida labor. A veces ataca al alba de súbito, traicionándonos. Rapta de improvisto. Es cruel y tajante. Incorruptible compañera de viajes. No distingue. Adelanta las estaciones, marchita las flores del jardín, quema la tierra sobre la que ya no crecerá nada, hace brotar las lágrimas desde el interior del patio de nuestra morada. En fin, va mermando nuestra existencia.

El sol ha caído. La luz desaparece en el horizonte. Esta vez ha avisado de su llegada. Viene a pedirnos lo que dice corresponderle, jamás olvida. Está decidida a adelantar la noble decrepitud, convirtiéndola en un último llanto en la tierra, una última lágrima en vida, una distorsión de lo que fuimos, un espejismo de nuestras miserias. Humilla inertes esperanzas de prolongar lo improlongable y hace vanos los caducos recuerdos que nos quedan. Nos aferramos al vacío, a la no existencia. Muestra los hilos de los que pendemos. Tememos a la nada y esta ya hace tiempo que convive entre nosotros. Tiempo hace que nos cubría y reía sobre nosotros. Nos vigilaba, atenta para no deshacerse de una nueva presa. Pensamos en la vida como un reloj de arena, un cronómetro que deseamos alargar indefinidamente, sin siquiera plantearnos la calidad y dignidad con que desearíamos llevarla. ¿Qué desear cuando la vida no es más que un suspiro, una lenta agonía, el compás de un inocuo pestañeo? ¿Ceder terreno es dignificar el fin o tirar las armas antes de la derrota absoluta?

Quién sabe. Solo somos pequeñas figuras que oscilamos sobre un mísero tapete del que desapareceremos en cualquier momento. Me vuelvo a empapar de esa sórdida lobreguez. Me cubre, vuelve a vaciar un poco de mi. Quizás la próxima vez venga a por mi. El tiempo le habrá ahorrado trabajo pues qué quedará de mi.

Pronto sonarán las campanas de la iglesia. Como un desaliento, impulsado por la agonía, el último grano de arena dejará de surcar por el reloj. Estático permanecerá cada uno de ellos en ese nuevo lugar, mucho más real y familiar de lo que pensaban. Ya habían soñado con él, ya lo habían visto de cerca, pero cuan duro era reparar en ello, cuanto costaba reconocerlo y saber que pronto sucumbirían definitivamente a la fuerza de ese instante.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Noviembre en un parque cualquiera


Era una hoja en un árbol. Casi muerta, viva en otoño. El viento la mecía de un lugar a otro del parque. Viajaba, se transformaba en cada movimiento, pero permanecía allí, allí arriba sobre el suelo, junto a otras hojas, pero sin ellas. Debajo las cosas eran distintas. Las hojas no permanecían siempre en el mismo lugar. Mudaban. Se superponían, se mezclaban entre ellas. Su color era distinto del de las que seguían unidas a la rama. Desconocían los problemas que en lo alto pasaban. Marchitaban poco a poco, su vigor y su fuerza desaparecían. No tenían a nadie que les ayudase, pero no importaba. Eran libres. No existía una rama, un tallo que les agarrase y limitase su existencia. Al final siempre llegaba el invierno y sabían que desaparecerían. Se convertirían de verdad en otra cosa, marcharían si quisiesen, y no de la forma en que lo hacían las de allí arriba.

Aquella hoja, impulsada por el viento podía ver mejor que ninguna el universo, pero de qué le servía, si nunca había podido saber qué era realmente aquello que veía. Ahora llegaba el invierno. Todo se había acabado. Había sido una hoja, una hoja cualquiera, pero no importaba. Se preguntaba que hubiese pasado allí. Allí donde el cielo era aún más lejano, donde habitaban un sinfín de peligros, donde al fin y al cabo se podía vivir. No supo contestar. El tallo oprimía sus pensamientos, nada eran sin este, y nada sería hasta el fin de sus tiempos.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Individuos en decadencia


El liberalismo ha dejado de estar de moda. Nos hemos olvidado de la tradición y de las bases del desarrollo de nuestra civilización y en cuanto hemos formado sistemas artificiales como son los Estados, aparentemente capaces de solucionar nuestros problemas, nos hemos despreocupado, perdiendo nuestra condición e identidad, o al menos reclamándola únicamente para aquello que nos interesa. Consumimos sin medida, olvidamos ayudar a los demás, nos sumergimos en proyectos individuales y dejamos de lado los colectivos, recibimos cada vez más de la Res Pública y a su vez queremos dar menos a cambio. Queremos que el Estado nos saque de la crisis, y le echamos la culpa de todo, cuando al final somos nosotros los que tomamos decisiones, y decidimos el camino que queremos recorrer.

Esa amenaza burocrática, que nos convierte en robots, títeres y fomenta la impersonalidad se convierte en la plataforma que nos da unas condiciones básicas, y ya por ello le damos un rol, un papel y unas posibilidades de poder actuar. Le cedemos unas parcelas de libertad que deben corresponder al individuo autónomo y consciente de la realidad que le rodea. El individuo maduro es social y no individualista. Se preocupa de reclamar su esfera privada, pero no olvida la importancia de la sociedad como marco de interactuación de los individuos. Un individuo responsable sabe consumir, y no convertirse en esclavo de las modas o del consumo. Un individuo consciente no es avaricioso e invierte adecuadamente, sin inflar el mercado ni especular. Sabe la repercusión de sus decisiones y evita que sus beneficios afecten al bienestar de los demás. El individuo que reclama la tradición liberal es participativo. Apoya al Estado como un medio, jamás como un fin. Un medio que ayude a las personas y cree un marco adecuado para el desarrollo, pero que al fin y al cabo se quede en ello. El fin siempre será el hombre, moldeador y eje de la sociedad.

Resulta vergonzoso comprobar en la prensa como los Estados han conseguido salvar el sistema financiero mundial inyectando capital público. Un héroe impersonal y artificial que salva los errores de miles de villanos que han consumido por encima de sus posibilidades, han sido codiciosos en sus inversiones, y han puesto el mercado al servicio de intereses mezquinos. La inmadurez manifiesta de las personas es la que nos empuja a confiar en el Estado como tutor temporal, pero tenemos la obligación de no olvidar lo que somos y debemos ser y lo que el Estado es y siempre será.

Surcando las aguas del Nilo


¿Hasta qué punto puede ser la complejidad el origen de nuestros males?
En el antiguo Egipto los nueve arcos representaban una amenaza. Las áreas vecinas y circundantes al Nilo, simbolizadas jeroglíficamente mediante montañas eran vistas siempre como un peligro potencial para la seguridad, la paz y el orden cosmológico que otorgaba el Nilo a la existencia de sus fértiles tierras. Las tierras llanas eran ejemplo de certidumbre mientras que más allá encontrábamos los picos, las laderas, auténticos embrollos que manifestaban la confusión y el odio que pueden alcanzar las sociedades. Lo finito de una montaña, sentido de lo mundano frente al infinito que se puede alcanzar mediante algo tan concreto como una recta, una dimensión. ¿Para qué marchar a otros mundos si se dispone de todo lo necesario?, ¿para qué entender lo incomprensible si cuando mirando a nuestro alrededor podemos responder a la mayoría de cuestiones?, ¿no es más fácil dar respuestas que formular nuevas preguntas que no fueron reveladas por la propia naturaleza? La pirámide contiene arquitectónicamente todo el Génesis, y sin embargo Moisés, estudioso de ellas quiso mediante símbolos y alegorías crear algo más complejo, menos inteligible. Los egipcios no necesitaban desarrollar los símbolos, el vulgo era capaz de comprender con una monumental imagen. Ni si quiera los griegos estaban a su altura.
Solón, uno de los siete sabios de Grecia cuando visitó el país del Nilo decidió preguntar a un sacerdote sobre la historia de la civilización, a lo que este le contestaría: ¡Oh, Solón, Solón!, luz del mundo occidental, los griegos seréis siempre unos niños.

La exactitud, el orden cosmológico, el orden cosmogónico, la certeza, la belleza, la simpleza, la perfección. ¿Por qué habremos tratado de cambiar las cosas?

sábado, 31 de octubre de 2009

Cuadernos de bitácora


Me acercaba cada vez más. Remaba y remaba. Los dioses me amparaban, el viento soplaba a mi favor, mi amada me había augurado un buen viaje. Seguro de mí mismo había estado hasta entonces.
Sin embargo la orilla parecía tan lejana... Cada vez más lejana, cada vez yo más lejos. Que distinto ver el mar desde la arena. Que distinto verlo desde encima, tan próximo, tan vulnerable yo. Era una ola más. Las profundidades me vigilaban desde abajo, el viento me movía desde arriba. Una ola en medio de aquel océano y me faltaba agua. Tanta como para dejar de existir, tanta como para desaparecer sin dejar rastro, en medio de la nada, en el principio del todo. Pero me había alejado demasiado. Ya no era yo. Ya no se trataba del mar, tampoco del viento. Ni de la tierra o las distancias entre ellas. Era sobre algo que olvidé al zarpar, que perdí en alta mar, que ya no recordaba y a la vez ansiaba.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Neither out far nor in deep


Era un día cualquiera, de un mes y un año cualquiera. Un calendario cualquiera, y yo era un hombre cualquiera aquella mañana. Cuatro primaveras y las demás estaciones. Mi cuerpo empapado y no de sudor. Las gaviotas me hablaban, podía comprenderlas. Nada de niebla ni nubes, mas lo conseguí. Fui capaz de ver. De ver hasta allá donde me permitían mis ojos. Limitaciones: las pupilas y el viento, perdón de ser humanos. Mi único objetivo el infinito. Aquella, aquella línea situada al final de mis sueños, de todo mi camino. De sensaciones y alguna que otra percepción. De aquellas escarpadas pendientes que ahora dejaban paso a la más absoluta planicie.

Culminaba mi viaje. Me despedía de aquellos sonidos, olores y formas. Y a la vez volvía a verlos, mejor que nunca. La verdad hecha realidad. Más amarga, menos putrefacta, más sincera. Y se escondía detrás de toda esa gente. Se esconde y nadie me la quiso mostrar. La avaricia del que llega al final del sendero y conoce los detalles que el resto desconocemos, pero aún así no los revela. Mientras. Mientras miramos entre sombras y cenizas, entre cadenas y garrotes, imploramos y nos devoramos en el fondo de un agujero del que pocos saldremos y en el que las sombras invadirán hasta el más aparente pensamiento que pueda surcar por nuestras vacías mentes.

Nada existió, sólo ahora yo existía. El infinito en aquella partícula, mis partículas mirando al infinito. Era aparente y nunca lo hubiese imaginado. ¿Quién había sido? ¿Hacia dónde había mirado hasta aquel momento? Sabía ahora que aquel era yo. Que fácil y difícil había sido. Un simple pestañeo hacia el lugar indicado me bastaba. Pero no había sido capaz. Ahora una brisa acompañaba mi melodía, la de la victoria y me hacía volar hacia aquel lugar que yo bien sabía dónde estaba.

domingo, 25 de octubre de 2009

Bayayes


En muchas ciudades africanas existen bayayes, que son minorías que llegadas de otro lugar son marginadas y se limitan a deambular sin un rumbo fijo. Reflejan un sueño mucho menos dulce que el americano; el de partir de la miseria para llegar a un sitio peor aún. Sus ojos no indican desesperación, odio o resentimientos, sino algo mucho más terrorífico, la nada. De su rostro la ilusión por vivir había desaparecido incluso antes de haber sido engendrados. El vivir y el morir son términos que carecen de valor en estas personas. Nacen muertos y mueren sin vida. La esperanza no existe y vivir significa contar las horas que quedan para desaparecer. Los parias no se organizan, no piensan en un futuro mejor, su función vital reside en buscar un poco de alimento, una sombra entre la barbarie del sol, un arma para defenderse de la barbarie del hombre. Pero ¿de qué sirve hablar del colmo entre los colmos, del paradigma de lo animal entre lo humano, de la ejemplificación de las diferencias existentes en nuestro planeta?, ¿De la última punta de un iceberg llamado hambre y destrucción que asuela África? De nada, probablemente.

Actuar desde la apariencia


¿Hacia dónde vamos? Miramos los últimos años y nos debería invadir la vergüenza. Letras y más letras. Las letras de una casa más grande, de un televisor más plano, de un coche más rápido. ¿Nos han mentido con la crisis? ¿Nos hemos mentido a nosotros mismos? No podemos depender de la confianza que traten de transmitirnos. El concesionario siempre querrá que compres su coche, la inmobiliaria que compres su casa, y el Estado que confíes en él y pagues despreocupado tus impuestos. Confiar en los demás sin antes haber pensado lo que querían de nosotros. Y además no haber pensado qué es lo que realmente echábamos nosotros en falta. El producto del anuncio no es siempre lo que aparenta ser, y la sensación que nos produce el mismo no es o no ha sido nunca la que debería ser.

viernes, 23 de octubre de 2009

Alegoría a medianoche


Cordófono, cuerdas percutidas, caja de resonancia transmisora de vibraciones. Un piano. Ochenta y ocho teclas. Un número determinado de sonidos, la posibilidad de combinarlos de innumerables formas. Complementarlos, enfrentarlos según la voluntad del músico. Representarlos según la voluntad de la partitura. Imaginarlos según la espontaneidad del instante.

Música al fin y al cabo. Crear música con solo presionar una tecla, haciendo que su explosión levante masas, llene corazones, cree sueños allí donde más se necesitan. La música, la mejor interpretación hecha por el hombre de la realidad. La más sincera, la más visible y palpable, aún cuando sea inmaterial. Enlazar cadenas creando mundos con solo un movimiento. El contacto con lo infinito. Ser capaces de instrumentalizar el universo, de ponerlo al servicio de las fieras y conseguir amansarlas. La creación que nos une y nos separa, que nos empuja cuando la cobardía se ha apoderado de nosotros, que nos droga de pensamientos si nos pesa la realidad. Representación de lo perecedero e imperecedero, de lo humano y de lo no humano, de todo aquello que nos rodea, y que podemos sentir sin siquiera abrir los ojos.

Cuanto por aprender y qué poco tiempo para hacer música.

sábado, 17 de octubre de 2009

Y qué somos...


Un día empecé a contar estrellas y aún no he terminado. Mi cuello inclinado hacia atrás y mis ojos atentos, dedicados, vislumbrando un horizonte mucho mayor que el que nos ofrece la mar. Un intento de comprender y de poder transmitir. Un intento vano que se perderá en la oscuridad de la noche. La certeza contra la extrañeza. La seguridad en decadencia que queda arropada por un tenebroso manto. El manto de la desilusión que nos cubre y nos oprime desde la grandeza del universo. Un inmenso espejo que refleja la probable inconsciencia del que mira. El intento de regalar al monte todos los granos de arena de una playa desierta. Nuestro fracaso de intentar ordenar todo. Ordenar la apariencia de nuestras facciones mediante la cosmética y ocultar nuestros pensamientos, ordenar la visión de los lugares mediante la cosmografía y olvidar la destrucción generada, ordenar el universo mediante la cosmología y confundir nuestra propia existencia.

La razón, poderosa sin duda, pero limitada en su posibilidad de lograr atrapar todo aquello que aparentemente se coloque a su alcance. Una presa fragante, mas inolora e incolora, inexistente más que en nuestra ingenua clarividencia.
Nos enamoramos de los poemas y nos cansamos de las historias. Despreciamos a los poetas y encumbramos a los escritores. Pensamos y callamos, mentimos y matamos. ¿Cómo entonces sentirnos dignos de mirar al cielo?

Marinero, viejo marinero.


Vivir. ¿Cómo queremos vivir? Dirigimos nuestra mirada al horizonte, al otro lado del océano. Escudriñamos en cada rincón, en cada ángulo y agujero. Buscamos cambiar el mundo, que las cosas sean distintas. Nos reivindicamos como una pieza suficientemente poderosa como para ganar la partida en el tablero. Olvidamos la finitud y lo minúsculo y reducido de nuestra existencia. Soñamos con arreglar las cosas pero ni siquiera buscamos la mejor forma de hacerlo. Nuestra decisión y nuestro coraje nos empujan hacia delante seguros del papel que creemos representar, y no tenemos en mente jamás la posibilidad de fracasar o de dar un paso atrás antes de avanzar. Sondeamos la inmensidad de la existencia y colocamos banderas y señales allá a donde nos dirigimos, aún sin saber si es ese laberinto el lugar en el que deseamos terminar nuestros días.

Vivimos en un buque con un número determinado de pasajeros y pese a ello convivimos con las innumerables olas del mar, que nos hacen retroceder y naufragar o por vicisitudes del destino nos empujan con fuerza hacia lo inexorable. Dentro de esta dualidad esperamos llegar a la otra orilla, seguros de que lo haremos. Los logros cimientan nuestro recorrido y siempre buscamos más para seguir viéndonos capaces. Pero ¿cómo encontrar la felicidad entre el todo y la nada, en un infinito que definitivamente se muestra como ininteligible para nuestras circunscritas mentes? ¿No somos al fin y al cabo un número, un camarote de un solo barco?

La vida pesa. Es como otros ya han dicho, un camino demasiado largo, una mujer demasiado hermosa, un perfume demasiado fuerte. ¿Por qué no conformarnos con la sencillez del barco, con la calidez de nuestros camaradas y con la seguridad de saber hacia dónde vamos y dónde acabaremos?

Somos demasiado ambiciosos y nos proponemos retos imposibles queriendo transformar cosas cuando quizás lo que debamos hacer primero es cambiarnos a nosotros mismos.

viernes, 16 de octubre de 2009

Carta de Unamuno a Lorenzo Giusso

La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...

lunes, 5 de octubre de 2009

Matar



Hay cientos de formas de matar a una persona. Se puede asesinar, ajusticiar, ejecutar, ahorcar, ahogar, decapitar, desnucar, degollar, guillotinar, fusilar, asfixiar, electrocutar, envenenar, lapidar, linchar, inmolar o sacrificar a un individuo. La muerte es el acto final, sin embargo la representación previa a la bajada del telón queda en manos de los actores principales. Pueden entrar en juego súplicas, lamentos, gritos, golpes, instrumentos... Gran cantidad de elementos que puedan acelerar o ralentizar el proceso. Armonizarlo, embellecerlo o incluso satanizarlo. El desenlace es siempre el mismo. El fin de la vida y el principio de la muerte. El término de un tipo de existencia y el inicio de otra. Matar. La duración del proceso puede ser mínima o infinita, pero lo cierto es que lo que desaparece; la vida, tarda técnicamente un sólo instante en desvanecerse. El hecho de poder salvar la vida de una persona en una milésima de segundo demuestra mi teorema y el hecho de que suframos una obra teatral casi cómica y ante todo de una fragilidad tremenda en su desenlace. Anticipar el final es difícil, pues nos guía el destino, y salirse del guión no entra en nuestro papel. Es trágico para algunos ver que no habrá una segunda parte, pero es nuestra naturaleza y esta está exenta de cualquier capacidad de improvisación. La función no estaba protagonizada por un mago, sino por un simple fulano de carne y hueso.

Sin embargo lo cierto es que al final cuando se mata es porque hay alguien o algo detrás. En lo referente a las personas - siempre y cuando el autor del suceso sea consciente y responsable del mismo - el que comete el acto sabe que deberá de responder ante él mismo y ante la ley. Matar a alguien implica el valor de ser capaz de matar, el riesgo que implica esa acción, la sangre fría, la capacidad de asumir ese hecho, además de una serie de represalias por parte de la sociedad, por los amigos del fallecido, por su familia o por nuestra propia conciencia. El valor determina que uno pueda o no matar a una persona. Una persona con ese valor y esa capacidad de asesinar podrá matar a la última persona del mundo, aquella que nunca ha visto y con la que jamás se hubiese topado, pero que el hecho de cruzarse en su camino unido a esa máquina destructiva que es su verdugo, habrán de suponer su muerte. Y sin embargo podemos estar enfrente del peor de nuestros enemigos, con todas las condiciones a nuestro favor, que si no tenemos ese valor, jamás acabaremos con su vida. No existe justicia en la muerte, existe coraje, decisión, y no deja por ello de ser despreciable.

A su vez,  el hecho de matar implica una respuesta por parte de la ley. Podemos correr el riesgo de asesinar a alguien y enfrentarnos al peso de la ley, o bien podemos asesinar a alguien amparados en las leyes. Un soldado en una guerra es consciente de que asesinará a una persona y aún en el peor de los casos siendo un acto de supervivencia, lo cierto es que estará quitando la vida de una persona, y nadie más que sus enemigos podrán echarle nada en cara. La ley quizás no permita matar, pero ¿quién es responsable de un asesinato cuando el ejecutor no habrá de verse condenado por su acto? 

Matar. Algo tan fácil y difícil. Tan humano e inhumano. Somos capaces de matar e incluso nos permiten hacerlo. ¿Hasta cuando? La obra debe ser larga, no nos gustaría que nos la arruinasen. Queremos disfrutar con ella, a pesar de que son los guionistas los que la escriben. Pero bueno, siempre puede el público quejarse de que no le ha gustado la realización. No sólo se puede aplaudir en una sala, los abucheos también cuentan.

Repartición de la ignorancia



Si formulamos la omnipresente pregunta de qué buscamos en la vida, la mayoría coincidirá en el objetivo a alcanzar: ser feliz. Eso se puede conseguir de múltiples formas, según la rigidez de los valores de uno y del peso que puedan tener los sueños durante el transcurso de su vida. Para la gran mayoría la felicidad reside en tener cosas: una casa confortable, un coche descapotable, una mujer despampanante. Objetivos hay miles. Uno puede fracasar o tal vez triunfar en su consecución o puede incluso llegar a fracasar triunfando, reflexionando al final de sus días sobre si tal vez se equivocó de luna y debió mirar hacia el sol.

Otros mucho más solidarios buscan objetivos más difíciles, pero mucho más humanos. Amar, ayudar al prójimo, cambiar el mundo. Aquellos más prácticos dentro de este grupo de fantasiosos pensarán que está en nuestras manos alcanzar un mundo mejor. Tal vez no cambiando el mundo en si, pero sí desde luego modificando muchos aspectos.

Hoy en día aquello que más puede llegar a enternecernos y a hacernos poseedores de un corazón de grandes dimensiones es sin duda el hambre en el mundo. Queremos que todo el mundo viva bien, por eso los pobres deben vivir como ricos. Ya está bien de las chabolas y de las largas caminatas. Se merecen un buen transporte y una vivienda digna. Y si puede ser una mansión en el Caribe y un avión privado mucho mejor. La gente debe mejorar, y cuanto mayor sea el crecimiento de su economía, mejor vivirá.

Desde luego que la gente debe vivir mejor. Pero no hemos de olvidar que vivir mejor es ser felices, y tener un trozo de pan no nos garantiza ser felices. Apuesto a que miles de personas cambiarían su cochazo por un minuto de verdadera felicidad.

Antes de desarrollar un ejercicio de solidaridad hemos de analizar si realmente estamos ayudando a alguien cuando le damos cosas. Evidentemente no estoy hablando de algo que comer, algo con lo que taparse, algo con lo que aprender o algo con lo que curarse (aspectos fundamentales para vivir y sobrevivir como personas), sino con un determinado tipo de crecimiento que buscamos en las personas y que no necesariamente indica un desarrollo de las oportunidades de ser felices.

Sin duda el reparto de la riqueza distribuyéndose de forma que todo el mundo pueda vivir como ciudadano es fundamental para seguir nuestro camino, sin el temor de ser devorados por un tsunami debido a la fragilidad de nuestra vivienda, por morir de malaria o por el temor de desconocer el mundo en que vivimos. Pero, ¿realmente debe ser una meta la repartición de toda la riqueza? Comprendo que desde la miseria, la desesperación, la esclavitud o la opresión no se ven las cosas de la misma forma, pero teniendo unos niveles básicos de bienestar material, ¿para qué tener más? No nos debe importar que uno sea más rico que otro si sabemos que la felicidad reside en otro lugar. El sufrimiento de los instintos no es peor que el de las pasiones. Naturalmente debemos buscar un mundo en el que todos podamos ver satisfechos nuestros instintos, pero en cuanto a las pasiones nadie nos garantiza la forma exacta de mantenerlas controladas. Cambiar el mundo implica justicia, solidaridad, humanidad, pero no felicidad. Cada uno debe ser feliz desde su propia filosofía y encontrar la felicidad allá donde crea oportuno. Podemos ser solidarios desde nuestra condición de humanos, pero jamás debemos exportar nuestra concepción del mundo y tratar de representarla en otros lugares cuando ni siquiera sabemos si somos felices. La felicidad depende de nosotros, no de la complejidad o simplicidad del mundo, de los billetes de nuestra cartera o de la abundancia de nuestra nevera.

Lo intangible del recuerdo


El pasado día 28 de septiembre asistí en el Instituto francés de Valencia a un encuentro literario con los dos sobresalientes escritores Yasmina Khadra y Alfons Cervera. Durante el transcurso de la tertulia maduré una pregunta que decidí formular a ambos y que ellos obviamente contestaron desde un prisma literario: ¿Qué tiene una mayor importancia para la memoria, las personas o los hechos acontecidos? 

Yasmina Khadra hablaba desde el recuerdo. Sus escritos nacen de la necesidad de reflejar en un papel unas vivencias, pero como escritor; dándoles la forma que bien podría darle un artesano a su cerámica. Alfons Cervera escribe partiendo de aquello que le han contado. No tiene el recuerdo ni el bagaje de aquel que ha presenciado unos hechos con sus propios ojos. Una distinta óptica: el recuerdo y por otro lado el recuerdo desde el recuerdo. Ambos eran coincidentes. Sus personajes mezclan el fondo del hecho a tratar con lo intimista del individuo. No escriben testimonios, pues sus personajes solamente existen en su mente y en la del lector, pero aún cuando no gocen del rigor de un académico, también están creando historia. Sus palabras van cimentando el recuerdo, y aunque igual no sientan la responsabilidad que ello conlleva, están transmitiendo a sus futuros lectores una forma de ver los momentos pasados, inalterable, y que sin duda cimentará las bases del recuerdo.

Un historiador analiza la historia desde un sentido más amplio. Formula enunciados tajantes. Sintetiza la realidad.

Bien que la historia es la historia de la sociedad, pero es peligrosa tarea el hecho de crear postulados generales sin atender a las particularidades, pues al fin y al cabo son estas las que representan la verdad de lo ocurrido. Las personas actúan socialmente, se juntan con otros individuos formando grupos y a su vez pese a quien le pese dejan incluso de comportarse como entidades concretas por la fuerza del discurso de aquel conjunto al que pertenecen. Pero al fin y al cabo la decisión última de sus decisiones, y la esencia de su libertad, reside en ellos. En cada una de esas hormigas que componen nuestro microcosmos existe una conciencia. Y bien podemos afirmar que estas partículas actúan todas de una forma concreta, pero estaremos mintiendo cuando una sola de ellas nos contradiga. La literatura habla del individuo y a partir de este, crea el mundo que desea transmitir. La historia sin embargo habla de aspectos abstractos, en los que las personas deberán de encajar de una forma u otra.

De este modo, la labor del historiador es mucho más cómoda. Desarrolla unas ideas, fruto del recuerdo propio, del recuerdo de otras personas, o incluso del recuerdo de otras personas sobre el de otras personas y buscarán algo muy simple: frases, textos, esquemas. Desde mi punto de vista la realidad es mucho más amplia. La memoria es fundamental para hacer ver a las personas cómo vivieron o murieron sus antepasados. Ésta no merece simplificaciones y debe mantenerse desligada de ideologías, pasiones, modificaciones e intereses personales. Realidad sólo hay una y es difícil de estudiar y de comprender. La acumulación de memoria nos hace olvidar la esencia de lo acontecido, igual que cuando la memoria no existe simplemente hemos de resignarnos de no poder estudiar más que el vacío. Quizás es el momento de entender que la historia no la deben hacer los vencedores, o los perdedores, los tiranos o los héroes, sino aquellos que la padecen y suelen perderse en el olvido, las personas. Puede que sea el momento de callar y dejar que otros hablen. Puede que entendiendo a cada uno de nosotros sepamos qué es lo que deben aprender las generaciones venideras. De otra forma estaremos olvidando nuestro papel y el de la memoria

lunes, 21 de septiembre de 2009

Dioses y personas


Creo en el sistema educativo, pero no como un organismo encargado de adoctrinar a las personas y de hacerles ver la conveniencia de unos preceptos y unos valores socialmente aceptados. Creo en éste como un marco en el que el sujeto pueda aprender y desarrollarse. En el que sea capaz de crear y transformar y de encontrar un hueco y un sentido en el mundo que habrá de sufrir. Igual de importante que el sistema educativo son aquellos aspectos que puedan hacer madurar y permitir realizarse como persona al sujeto. Conversaciones, experiencias, muertes, logros, fracasos... Todo vale para formar a alguien como individuo, especialmente cuando este es consciente de que lleva las riendas de su propio carro. Es difícil tener la certeza de tener bien agarradas esas cuerdas, pues estamos expuestos a continuas manipulaciones: de nuestra propia noción inducida por presiones externas y por otro lado desde la impresión y los juicios que puedan tener los demás sobre nuestro tipo de galope. Es importante escuchar, pero jamás sin reflexionar sobre lo oído, y nunca formando un juicio previo al que debe ser definitivo, el verdadero. La importancia del hombre como sujeto creador es primordial y su ego es necesario para que tenga el convencimiento de ser capaz de encontrar ese espacio, no reservado para él, sino conseguido a base de esfuerzo, de supervivencia, de aprendizaje, de reflexión, de vida. Quizás no hasta el punto de olvidar sus límites humanos dados por su naturaleza, ya que caer en el error es fácil y la humildad debe ser el principio sobre el que edificar nuestro porvenir. No debemos de llegar al extremo de ignorar cualquier aportación externa, porque no somos perfectos e inequívocos como decía el príncipe de Salina eran los sicilianos en el Gatopardo de Lampedusa, mas sí lo suficientemente poderosos como para considerarnos Dioses. Dioses capaces de todo. Inmensos. Con la capacidad de obrar milagros, convertir lo imposible en posible, los sueños en realidad y la ficción en monotonía. De nosotros depende ser fieles a nuestra naturaleza creadora y moldeadora. Basta con no subestimarnos. Ni dejar que lo hagan otros.

domingo, 20 de septiembre de 2009

De hombres y caminos


Estoy atrapado. Atrapado entre coches y humo, entre edificios altos y bajos, entre miles de imágenes y cientos de caras. Estoy atrapado entre vallas y verjas, carteles, letreros, malas caras, cascadas y ríos, lluvia y granizo. Un saludo es una excepción y la indiferencia su respuesta. Las sonrisas fingidas, las apariencias engañosas, las lágrimas falsas, las conversaciones vacías. Los indigentes viven en la calle y los reyes en palacios. Estoy atrapado por nombres y números, líneas y playas, calles, fronteras y techos. Entre razas y especies, géneros y formas. Crece el mundo, crece el conocimiento sobre el mundo, pero no el conocimiento sobre nosotros mismos. Olvidamos qué somos y qué queremos ser. Nos pasamos la vida trabajando sin pensar, sin pensar en lo que somos o en lo que realmente queremos ser. Seguimos caminos ya marcados, caminos que dicen correctos, pero no pensamos si realmente será ese el que deberíamos tomar. Seguimos planos, mapas, hojas de ruta. No nos dejamos llevar por nosotros mismos, por nuestra capacidad para guiarnos. Dejamos de recordar todo lo aprendido y todo lo que nos es propio a nuestra persona. Nos encomendamos a un líder, a alguien que nos diga lo que tenemos que hacer. Ello nos resulta más fácil, más cómodo, pero nos hace perder nuestra identidad como personas. Erramos y volvemos a tropezar con la misma piedra y no levantamos la mirada en busca de un sendero con menos obstáculos. Somos obstinados pero no en aquello que queremos. Somos contradictorios en nuestros juicios, en nuestras valoraciones y en nuestra forma de vivir. Tomamos café descafeinado, leche desnatada o cerveza sin alcohol. Nos da igual lo que realmente estemos tomando. Nos importa la superficie, lo que aparenta ser, aún cuando nada tenga que ver con la esencia de este. Profanamos tumbas y condenamos asesinatos, olvidamos genocidios y lloramos sucesos. Da igual que seamos hombres, basta con que sigan viéndonos como tales durante mucho tiempo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vidas léxicas


La existencia de una palabra está marcada por su significado. Existen y existieron palabras capaces de describir mundos enteros. De contar miles de historias y anticipar otras miles. Las palabras son la unión de letras, sonidos y nos sumergen en cientos de lugares y ni siquiera experimentan un ápice de la carga que implica ello. Las palabras matan, crean, hablan, viven, mueren, suben, bajan, enferman, vuelven y van, pero nunca pedirán disculpas, pues es el lector, culpable, el que las enmarca y les otorga un sentido concreto. De él y de su comprensión dependen para prolongar su estadía en nuestros simplones vocabularios. Desaparecerán sin dejar rastro, aún pudiendo tener un significado propio, debido a la capacidad creadora del hombre, de su continua actividad comunicativa y de los amplios campos léxicos en los que se plantan cientos de palabras a pesar de la voluptuosa e intensa actividad tempestiva que tiende a trastocarlas y modificarlas según convenga. De modo que su existencia puede en cierto modo verse marcada por un símbolo reconocido y aceptado, con el que habrán de cargar, aún sin tener ninguna conciencia de ello. Sólo las onomatopeyas carecen de esa forma de vivir tan dependiente y sumisa, pues da igual quién las pronuncie, siempre querrán decir lo mismo, sean fruto del ruido de una explosión, del chasquido de un árbol, del soplo del viento o de los ruidos de un animal. 

martes, 15 de septiembre de 2009

Creencias paralelas

Célebre es la frase de Ortega y Gasset que dice: Yo soy yo y mis circunstancias. Y es que basta razón tenía el ilustre filósofo madrileño. No soy lo que soñé, ni lo que quise soñar. Soy aquello que fui, aquello que viví, aquello que logré ser y me dejaron ser. Tras la muerte de una persona no queda aquello que merodeaba por su cabeza: sus sueños y deseos, sino que quedan las huellas, los pasos. El soldado al jubilarse vive de sus hazañas, de sus galones, galardones y medallas, pero su bravura, odio y valentía no fundamentarán su experiencia y sus vivencias. Todo quedará en el olvido. Probablemente el desgaste de la memoria hará también borrar los recuerdos de lo vivido, pero sus efectos, serán imborrables, pues irán inherentes en la propia personalidad del yo como sujeto. Aquello que quisimos ser pero no intentamos ser inevitablemente se convertirá en un fracaso, en una pequeña quemadura que aún no habiendo llegado a ser una herida en sí misma implicará una carga, pese a que no fue un error fruto de la experiencia y de nuestra realidad. El arrepentimiento de no habernos enfrentado a la vida de una determinada manera implicará un hecho. Quizás no un hecho visible para las demás personas, pero sí para nuestro interior y que tendrá sus efectos sobre nuestro camino mundanal, aunque desde otro prisma, desde otra realidad. Una realidad paralela que afectará a la material y en la que vivimos, pero que de alguna forma no podrá incluirse en nuestro curriculum. ¿De qué sirve pensar en lo buen escritor que era uno, cuando nunca llego a escribir una sola frase? Vale la pena arriesgarse, pues poco podemos perder.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Luces cámara acción


¿De qué sirve hacer una foto mientras viajas? Cuando vemos mundo lanzamos cientos de flashes tratando de captar cada instante, creyendo que de esa forma logramos perpetuar un recuerdo. Pasan los años, vemos y recordamos. ¿Pero realmente somos capaces de acordarnos de aquello que habíamos encuadrado y atrapado en una pequeña lente? Y si vamos más lejos aún... ¿Recordamos qué era lo que hacíamos mientras apretábamos el botón con el que captábamos la imagen? 

Lo más probable es que después de hacer la foto hubiésemos estado viendo si había salido bien o mal, si tenía poca o mucha luz y si de alguna forma podríamos tener un mejor recuerdo si la foto se pareciese más a la expuesta en las estanterías de las postales. Fotografiamos, grabamos en nuestros reproductores digitales y las ubicamos en el disco duro de nuestro ordenador, pero no estamos realmente guardando nada en el verdadero soporte de nuestros recuerdos. El de nuestro pasado y que sirve de síntesis de todo lo vivido; en el de la memoria. Y nuestra memoria no sólo se mantiene a base de imágenes. Las fotografías pueden servir de ayuda para vislumbrar mejor aquello que pudo apreciar nuestra retina, pero no pueden ser el fundamento de nuestros recuerdos, de nuestra experiencia, incapaz de ser minimizada en papel o por documentos virtuales con números infinitos. Nuestra memoria se nutre también de caras, de sensaciones, de experiencias. De victorias y de fracasos. De amor y de odio, de lágrimas y risas. Y sobre todo de suciedad, sobre todo si viajas mucho. Una foto nos puede ayudar, pues la memoria se desgasta, igual que todo, igual que nosotros, pero queda algo, quizás incapaz de ser representado por una instantánea, y de ser descrito ante los demás, pero eso que queda es mucho más importante y trascendental para nosotros, pues es lo que hace que sigamos vivos y que no olvidemos que somos personas y no símbolos.

viernes, 14 de agosto de 2009

Realidad o ficción


La vida es demasiado corta como para limitarla a un sueño. Aferrarnos a ellos es como dejarnos arrastrar por la corriente del mar. La satisfacción de llegar a tierra no es comparable a aquello que arriesgamos enfrentándonos al azar. A menudo pendemos de muchos hilos a lo largo de nuestra vida y creernos capaces de cortarlos o manipularnos según nuestros deseos es tenernos en demasiada estima. Somos una pieza más de un puzzle y aunque tengamos mucho margen de maniobra también estamos condicionados por las demás piezas, pues de otra forma no seríamos sinceros con la realidad que padecemos. Las piezas pueden encajar a la perfección en un momento determinado pero ello no implica que lo vayan a hacer mañana. El organigrama que representa nuestra existencia es muy variable, muy cambiante, difícil de predecir o de controlar, y muy fácilmente puede destruir nuestra comprensión, nuestros sentimientos y nuestras esperanzas hacia éste. Nos equivocamos atándonos a proyectos futuros, y aún más a representaciones imaginarias que sólo adquieren forma en nuestra cabeza. Es mucho más práctico enfrentarnos a los hechos partiendo de cero, sin ataduras o esposas, sin limitaciones, con amplitud, con menos que perder, con más que ganar; dejando de lado las confabulaciones y abriendo la puerta a los hechos, cimentando de esta forma un edificio, mucho más alto y más estable. Los sueños son necesarios para seguir viviendo, pero no hemos de olvidar que los hechos nos ayudan a no olvidar lo pasado. Apostar todo a una misma ficha es muy arriesgado y el pasado y lo bailao deberían enseñarnos a aprender de nuestros errores. Al fin y al cabo no hay dos piedras para tropezar en el camino si el camino escogido es el adecuado, o lo que es más importante, es el nuestro propio.

miércoles, 29 de julio de 2009

Fronteras de papel



¿Qué somos? Para el estado somos un nombre, con un sexo, una edad, una procedencia y una ubicación. Somos un número de una serie, inexistente hasta el instante en que tengamos capacidad de voto e improductivo hasta que nos llegue la hora de contribuir. Desde arriba no somos sino pequeñas hormigas que conviene tener ubicadas en un afán de control que supera las cotas de libertad individual que afirman defender los políticos. Somos una dirección a la que deben llegar nuestras multas, nuestros impuestos y la propaganda de los partidos políticos, pero a la que nunca arribará una felicitación de navidad. Vivimos en un sistema que nos encasilla, en un piso de una calle de una determinada ciudad. Eso es lo que somos, el propietario de ese enclave, y nuestra existencia se limita a ello. No importa si nosotros deseamos ser identificados como habitantes de ese determinado lugar, el estado se adelanta a tal propósito colocándonos un cartel. De esta forma nuestra identidad marcada por el DNI da muestras del sedentarismo del sistema, de su rigidez y hermetismo. No importa si un ciudadano puede vivir a lo largo del año en distintos lugares, o que simplemente no se siente identificado como habitante de un determinado lugar, el estado le obliga a sentirse parte de una burbuja que poco tiene de natural. El hombre en su afán de posesión se siente propietario de todo lo material, incluso del mundo, ese que da cobijo al cielo y la tierra, a lo material e inmaterial y de cuya existencia parece depender nuestro propio cosmos. El hombre planta su bandera en lugares de los que se siente legítimo poseedor, aún cuando otros tantos habían habitado, visitado o conocido antes. El mundo carece de dueño y simplificar su composición a simples parcelas resulta despreciable, pues su cuidado y conservación debería gestionarse desde una perspectiva mucho más amplia. Vivimos en un mundo marcado por el conflicto y la violencia, en el que la posesión del dominio siempre tiene un papel clave. La reivindicación de un recurso, de una parcela, de unas fronteras, de una bandera empuja al hombre a sacrificar su vida y lo que es más grave aún, la de los demás. El origen de la guerra se haya en el sedentarismo, pues un mundo de carácter nómada e itinerante en el que todos seamos iguales en procedencia pero distintos en sueños, en metas y en objetivos marcaría una existencia pacífica en este mundo tan amplio y complejo como para simplificar en parcelas, números y nombres.

La debilidad de nuestras ideas


¡Las ideas! ¡No son más que unas azotacalles, unas vagabundas que vienen a llamar a la puertecilla falsa del entendimiento, y cada una os roba algo de vuestra sustancia, cada una se lleva alguna migaja de aquella creencia en unos cuantos sencillos conceptos a los cuales tenemos que agarrarnos, si es que queremos vivir decentemente y morir bien!
             
                                                           Lord Jim, Joseph Conrad

La realidad es infinita, por tanto imposible de dividir en pequeñas partículas llamadas ideas, pues siempre tratarán de sintetizar vagamente existencias mucho más amplias y complejas. Son trazos irregulares que buscan copiar la definición de rectitud, aún cuando esta sea imposible de representar por la mente humana. El hombre con su entendimiento y sus defectos es incapaz de comprender lo que le rodea, es posible que sus construcciones intelectuales lleguen a gozar de una verosimilitud y de una apariencia que hagan sentirnos atraídos por su fuerza interna, pero siempre guiados por nuestra mente humana. Intentar encajar nuestros pensamientos en el esquema de las ideas extramentales y del mundo de la razón es prácticamente imposible, impensable, pues pertenecen a otra esfera, a la que no tenemos acceso, y de la que no debemos creernos partícipes. El individuo no goza de la suficiente fuerza, y es su autoestima y son sus sueños lo que le empuja a situarse más allá de sus capacidades. Los límites deben ser marcados por el propio hombre, de otro modo caeremos en el error e iremos mermando nuestra alma y en parte la de nuestros semejantes. Cada vez que tratamos de crear un círculo más amplio de lo que puede llegar a ser, estamos minando nuestra existencia y la del mundo que nos rodea.