miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vidas léxicas


La existencia de una palabra está marcada por su significado. Existen y existieron palabras capaces de describir mundos enteros. De contar miles de historias y anticipar otras miles. Las palabras son la unión de letras, sonidos y nos sumergen en cientos de lugares y ni siquiera experimentan un ápice de la carga que implica ello. Las palabras matan, crean, hablan, viven, mueren, suben, bajan, enferman, vuelven y van, pero nunca pedirán disculpas, pues es el lector, culpable, el que las enmarca y les otorga un sentido concreto. De él y de su comprensión dependen para prolongar su estadía en nuestros simplones vocabularios. Desaparecerán sin dejar rastro, aún pudiendo tener un significado propio, debido a la capacidad creadora del hombre, de su continua actividad comunicativa y de los amplios campos léxicos en los que se plantan cientos de palabras a pesar de la voluptuosa e intensa actividad tempestiva que tiende a trastocarlas y modificarlas según convenga. De modo que su existencia puede en cierto modo verse marcada por un símbolo reconocido y aceptado, con el que habrán de cargar, aún sin tener ninguna conciencia de ello. Sólo las onomatopeyas carecen de esa forma de vivir tan dependiente y sumisa, pues da igual quién las pronuncie, siempre querrán decir lo mismo, sean fruto del ruido de una explosión, del chasquido de un árbol, del soplo del viento o de los ruidos de un animal. 

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