sábado, 20 de marzo de 2010

Ma Vlast


Amo mi patria. Allí nací. En ella me crié y moriré de igual manera. Cuando lejos marcho añoro el sonido del viento al soplar. El inmenso azul del mar y su fuerza golpeando la tierra sobre la que se erige mi morada.
Allí nunca hubieron murallas, ni tampoco verjas o alambradas.
En las casas viven las gentes y los techos les dan cobijo. El agua brota de la fuente y sacia al sediento, los animales pastan en el campo y alimentan al hambriento.

No conocemos la guerra ni cadenas que nos opriman. No hay símbolos, ni escudos o banderas. Cantamos a la lluvia y rezamos al sol que nos ilumina. Un crisol de colores y estampas se entremezclan en el valle y nos embriaga el olor de la bendita madreselva.

No tenemos un pasado, pero sí un futuro. Desde el escarpado relieve del horizonte oriental, desde la añil ventana del horizonte occidental. Desde donde nace hasta donde muere el ambarino astro celestial soñamos nuestros propios sueños, hablamos nuestras propias lenguas pero cantamos las mismas canciones. Los músicos no utilizan partituras, y los escritores no necesitan de una pluma para contar sus historias.

Las gentes viven y mueren, caminan y no deambulan. No se aferran a sus sueños porque se desprenden de ellos y los hacen realidad.

En mi patria no conocemos la libertad porque nunca nos la han arrebatado.

sábado, 6 de marzo de 2010

Un día más


Sobre la mesa un bote de tinta vacío. Dejo la pluma aparcada junto a los deshabitados márgenes de la hoja. Inmaculada como el nácar, blanca como la nieve da cobijo a mi inútil instrumento. Lo coloco en horizontal. Invitando a la pluma a trazar una letra de un momento a otro, esperando estrenar el folio, empezar un nuevo vals, pero no queda tinta en el tintero. Me asomo a la ventana y es de día, apago la luz que iluminaba mi cuarto mientras era de noche. Miro al Sol y la pluma sigue quieta. Siento una suave brisa en mi cara, escucho el ruido que hacen las palomas al marchar del alféizar de mi ventana, tras haber buscado cobijo en él durante la noche. A veces su angustioso llanto me molesta, hoy el mismo arrullo me ayuda a pensar. Sigo vivo y el tiempo pasa. El folio sigue vacío, y ha pasado otro día más.

Entre granos de arena


En la inmensidad del desierto una inapreciable locura cree socavar mi voluntad, se engaña creyendo coger las riendas de mi destino, piensa es mi guía, la luz que ilumina mis pasos que quedan marcados en la arena. A lo lejos un oasis, y no por no ser mi razón la que es capaz de dilucidar la existencia de tal paraíso en el infinito pierdo la fe. No es la demencia la que me droga y me engaña, alienándome de tal modo que abandono cualquier rasgo del raciocinio que un día tuve. No, soy yo el que me amparo en ella, buscando en la enajenación un nuevo estado en mi vida, que sea capaz de suprimir las desgracias del anterior. Lo mortal y material, lo insuficiente e insaciable para mi alma. Busco una nueva alienación que sepa revelarme de un modo más fehaciente los frutos que se esconden más allá del yermo páramo.

He acudido yo a ella y si me atrapa será una consecuencia de la decisión que un día tome. Pero conservo mi libertad. Mi voluntad me pidió un día avanzar al margen de las sombras que me pedían no hacerlo. Quizás en el fondo de esa enfermedad que hoy adquiero voluntariamente se encuentre la lucidez con la que un día quiero iluminar un sendero en el que hoy soy tan vulnerable.