¿De qué sirve hacer una foto mientras viajas? Cuando vemos mundo lanzamos cientos de flashes tratando de captar cada instante, creyendo que de esa forma logramos perpetuar un recuerdo. Pasan los años, vemos y recordamos. ¿Pero realmente somos capaces de acordarnos de aquello que habíamos encuadrado y atrapado en una pequeña lente? Y si vamos más lejos aún... ¿Recordamos qué era lo que hacíamos mientras apretábamos el botón con el que captábamos la imagen?
Lo más probable es que después de hacer la foto hubiésemos estado viendo si había salido bien o mal, si tenía poca o mucha luz y si de alguna forma podríamos tener un mejor recuerdo si la foto se pareciese más a la expuesta en las estanterías de las postales. Fotografiamos, grabamos en nuestros reproductores digitales y las ubicamos en el disco duro de nuestro ordenador, pero no estamos realmente guardando nada en el verdadero soporte de nuestros recuerdos. El de nuestro pasado y que sirve de síntesis de todo lo vivido; en el de la memoria. Y nuestra memoria no sólo se mantiene a base de imágenes. Las fotografías pueden servir de ayuda para vislumbrar mejor aquello que pudo apreciar nuestra retina, pero no pueden ser el fundamento de nuestros recuerdos, de nuestra experiencia, incapaz de ser minimizada en papel o por documentos virtuales con números infinitos. Nuestra memoria se nutre también de caras, de sensaciones, de experiencias. De victorias y de fracasos. De amor y de odio, de lágrimas y risas. Y sobre todo de suciedad, sobre todo si viajas mucho. Una foto nos puede ayudar, pues la memoria se desgasta, igual que todo, igual que nosotros, pero queda algo, quizás incapaz de ser representado por una instantánea, y de ser descrito ante los demás, pero eso que queda es mucho más importante y trascendental para nosotros, pues es lo que hace que sigamos vivos y que no olvidemos que somos personas y no símbolos.
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