lunes, 21 de septiembre de 2009

Dioses y personas


Creo en el sistema educativo, pero no como un organismo encargado de adoctrinar a las personas y de hacerles ver la conveniencia de unos preceptos y unos valores socialmente aceptados. Creo en éste como un marco en el que el sujeto pueda aprender y desarrollarse. En el que sea capaz de crear y transformar y de encontrar un hueco y un sentido en el mundo que habrá de sufrir. Igual de importante que el sistema educativo son aquellos aspectos que puedan hacer madurar y permitir realizarse como persona al sujeto. Conversaciones, experiencias, muertes, logros, fracasos... Todo vale para formar a alguien como individuo, especialmente cuando este es consciente de que lleva las riendas de su propio carro. Es difícil tener la certeza de tener bien agarradas esas cuerdas, pues estamos expuestos a continuas manipulaciones: de nuestra propia noción inducida por presiones externas y por otro lado desde la impresión y los juicios que puedan tener los demás sobre nuestro tipo de galope. Es importante escuchar, pero jamás sin reflexionar sobre lo oído, y nunca formando un juicio previo al que debe ser definitivo, el verdadero. La importancia del hombre como sujeto creador es primordial y su ego es necesario para que tenga el convencimiento de ser capaz de encontrar ese espacio, no reservado para él, sino conseguido a base de esfuerzo, de supervivencia, de aprendizaje, de reflexión, de vida. Quizás no hasta el punto de olvidar sus límites humanos dados por su naturaleza, ya que caer en el error es fácil y la humildad debe ser el principio sobre el que edificar nuestro porvenir. No debemos de llegar al extremo de ignorar cualquier aportación externa, porque no somos perfectos e inequívocos como decía el príncipe de Salina eran los sicilianos en el Gatopardo de Lampedusa, mas sí lo suficientemente poderosos como para considerarnos Dioses. Dioses capaces de todo. Inmensos. Con la capacidad de obrar milagros, convertir lo imposible en posible, los sueños en realidad y la ficción en monotonía. De nosotros depende ser fieles a nuestra naturaleza creadora y moldeadora. Basta con no subestimarnos. Ni dejar que lo hagan otros.

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