lunes, 16 de noviembre de 2009

Camino hacia aquel lugar



Un fétido tufo embargaba el enrarecido ambiente. Sufría yo una fuerte nausea fruto de una incomprensible ceguera que se había apoderado de mi desde hace días. Ya antes otros sintieron lo mismo, pero ello no atenuaba la repugnancia que sentía. ¿Qué era aquello? Sabía el motivo de aquel estado, pero no encontraba explicación de eso que me impedía caminar y a la vez me empujaba a huir de aquel infecto aroma, de esas sombras que vislumbraba detrás de la oscuridad que cubría mis pupilas, de esos insoportables gritos. ¿No veía? ¿No quería ver? Quizás ambas cosas. No podía describir exactamente mis sentimientos, mis circunstancias, igual era incapaz de ello, pero lo necesitaba. Necesitaba un papel, un bolígrafo. Puede que algo más. Cada vez flotaba más lejos, más arriba, igual más abajo. Lo seguro es que no permanecía en el mismo sitio.Los sonidos eran más distantes y lejanos, pero los escuchaba mejor que nunca. A medida que pasaban los segundos la hediondez era menor, sin embargo la desagradable fragancia me era poco a poco más familiar aún.
Sabía por fin de qué se trataba. Me alejaba de aquellas terribles formas aunque me sentía unido a ellas. ¿Serían parte de mi? ¿Cómo era posible?
Mi trastorno era total. El decaimiento me guiaba hacia el único y final destino. Adelantaba mi llegada, era expulsado de la tierra prometida. Dejaba de formar parte de aquello y posiblemente era yo por fin. Yo, sin nada que me rodease, una persona al fin y al cabo. En otra realidad, distinta, pero que me apartaba de esa en la que había enfermado. ¿Un nuevo camino? Quién sabe, demasiados gritos histéricos había visto allá, demasiado fuerte había sido mi enfermedad. La melancolía se apoderaba de mi. Me ataba, me hacía recordar, pensar, observar de nuevo. Ya no veía, pero podía entender y lo odiaba. Poco a poco perdía lo único que me quedaba cuando había marchado la luz, cuando había llegado la nausea. Eran los sueños, esos amigos pasajeros, que te alivian del sufrimiento de las cosas, que te hacen flotar de una forma distinta, creyendo que nunca enfermarás, viendo las cosas desde otra perspectiva, más ingenua, jugando a ser inmortal sin saber que al final la realidad devorará a la imaginación. Nadie me prestaba nada con lo que escribir. Puede que nadie nunca lo hizo, mas el deseo era demasiado intenso, demasiado intenso como para comprender que ya nunca más podría hacerlo de nuevo.

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