jueves, 19 de noviembre de 2009
El acordeonista
Tengo un acordeón. Mi padre tuvo otro. El padre de mi padre también tenía uno. Qué armonía la de esas dos cajas juntas. El fuelle uniéndolas, separándolas, la vibración del diapasón...Notas anhelantes, destellos fragantes, colores, vida. Sueño al compás de los sonidos que produce, vivo pendiente de las sensaciones que genera, sus vibraciones me hacen vibrar, sus sentimientos me hacen sentir. Soy esclavo de un instrumento que deja de serlo en el momento en que me pongo a rozar con mis dedos sus teclas, que me transforma cuando uno mi cuerpo a su divina estructura. Es parte de mi, soy parte de él. ¿Quién es quién? Objeto y persona, persona y objeto, una misma cosa, un mismo destino. Puedo aprender a vivir sin él, pero de qué serviría.
Conozco la libertad. Un día la vi. Era capaz de verla. se llamaba música. Me hacía viajar, lejos, allá donde nadie me escuchaba, pero seguía tocando. El espacio era inmenso, los ecos llegaban, seguíamos tocando.
Al final éramos los dos. Nos amábamos. Nadie nos entendía, miles de caras, cientos de gestos, sonrisas amargas. La gente pasaba de largo, quedábamos nosotros, un mundo por delante, era el mundo que siempre habíamos deseado.
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