viernes, 6 de noviembre de 2009
Individuos en decadencia
El liberalismo ha dejado de estar de moda. Nos hemos olvidado de la tradición y de las bases del desarrollo de nuestra civilización y en cuanto hemos formado sistemas artificiales como son los Estados, aparentemente capaces de solucionar nuestros problemas, nos hemos despreocupado, perdiendo nuestra condición e identidad, o al menos reclamándola únicamente para aquello que nos interesa. Consumimos sin medida, olvidamos ayudar a los demás, nos sumergimos en proyectos individuales y dejamos de lado los colectivos, recibimos cada vez más de la Res Pública y a su vez queremos dar menos a cambio. Queremos que el Estado nos saque de la crisis, y le echamos la culpa de todo, cuando al final somos nosotros los que tomamos decisiones, y decidimos el camino que queremos recorrer.
Esa amenaza burocrática, que nos convierte en robots, títeres y fomenta la impersonalidad se convierte en la plataforma que nos da unas condiciones básicas, y ya por ello le damos un rol, un papel y unas posibilidades de poder actuar. Le cedemos unas parcelas de libertad que deben corresponder al individuo autónomo y consciente de la realidad que le rodea. El individuo maduro es social y no individualista. Se preocupa de reclamar su esfera privada, pero no olvida la importancia de la sociedad como marco de interactuación de los individuos. Un individuo responsable sabe consumir, y no convertirse en esclavo de las modas o del consumo. Un individuo consciente no es avaricioso e invierte adecuadamente, sin inflar el mercado ni especular. Sabe la repercusión de sus decisiones y evita que sus beneficios afecten al bienestar de los demás. El individuo que reclama la tradición liberal es participativo. Apoya al Estado como un medio, jamás como un fin. Un medio que ayude a las personas y cree un marco adecuado para el desarrollo, pero que al fin y al cabo se quede en ello. El fin siempre será el hombre, moldeador y eje de la sociedad.
Resulta vergonzoso comprobar en la prensa como los Estados han conseguido salvar el sistema financiero mundial inyectando capital público. Un héroe impersonal y artificial que salva los errores de miles de villanos que han consumido por encima de sus posibilidades, han sido codiciosos en sus inversiones, y han puesto el mercado al servicio de intereses mezquinos. La inmadurez manifiesta de las personas es la que nos empuja a confiar en el Estado como tutor temporal, pero tenemos la obligación de no olvidar lo que somos y debemos ser y lo que el Estado es y siempre será.
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