viernes, 6 de noviembre de 2009
Surcando las aguas del Nilo
¿Hasta qué punto puede ser la complejidad el origen de nuestros males?
En el antiguo Egipto los nueve arcos representaban una amenaza. Las áreas vecinas y circundantes al Nilo, simbolizadas jeroglíficamente mediante montañas eran vistas siempre como un peligro potencial para la seguridad, la paz y el orden cosmológico que otorgaba el Nilo a la existencia de sus fértiles tierras. Las tierras llanas eran ejemplo de certidumbre mientras que más allá encontrábamos los picos, las laderas, auténticos embrollos que manifestaban la confusión y el odio que pueden alcanzar las sociedades. Lo finito de una montaña, sentido de lo mundano frente al infinito que se puede alcanzar mediante algo tan concreto como una recta, una dimensión. ¿Para qué marchar a otros mundos si se dispone de todo lo necesario?, ¿para qué entender lo incomprensible si cuando mirando a nuestro alrededor podemos responder a la mayoría de cuestiones?, ¿no es más fácil dar respuestas que formular nuevas preguntas que no fueron reveladas por la propia naturaleza? La pirámide contiene arquitectónicamente todo el Génesis, y sin embargo Moisés, estudioso de ellas quiso mediante símbolos y alegorías crear algo más complejo, menos inteligible. Los egipcios no necesitaban desarrollar los símbolos, el vulgo era capaz de comprender con una monumental imagen. Ni si quiera los griegos estaban a su altura.
Solón, uno de los siete sabios de Grecia cuando visitó el país del Nilo decidió preguntar a un sacerdote sobre la historia de la civilización, a lo que este le contestaría: ¡Oh, Solón, Solón!, luz del mundo occidental, los griegos seréis siempre unos niños.
La exactitud, el orden cosmológico, el orden cosmogónico, la certeza, la belleza, la simpleza, la perfección. ¿Por qué habremos tratado de cambiar las cosas?
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