viernes, 23 de octubre de 2009

Alegoría a medianoche


Cordófono, cuerdas percutidas, caja de resonancia transmisora de vibraciones. Un piano. Ochenta y ocho teclas. Un número determinado de sonidos, la posibilidad de combinarlos de innumerables formas. Complementarlos, enfrentarlos según la voluntad del músico. Representarlos según la voluntad de la partitura. Imaginarlos según la espontaneidad del instante.

Música al fin y al cabo. Crear música con solo presionar una tecla, haciendo que su explosión levante masas, llene corazones, cree sueños allí donde más se necesitan. La música, la mejor interpretación hecha por el hombre de la realidad. La más sincera, la más visible y palpable, aún cuando sea inmaterial. Enlazar cadenas creando mundos con solo un movimiento. El contacto con lo infinito. Ser capaces de instrumentalizar el universo, de ponerlo al servicio de las fieras y conseguir amansarlas. La creación que nos une y nos separa, que nos empuja cuando la cobardía se ha apoderado de nosotros, que nos droga de pensamientos si nos pesa la realidad. Representación de lo perecedero e imperecedero, de lo humano y de lo no humano, de todo aquello que nos rodea, y que podemos sentir sin siquiera abrir los ojos.

Cuanto por aprender y qué poco tiempo para hacer música.

1 comentario:

malena dijo...

Música tan indispensable para el alma, podemos fabricar tiempo para la música, cuando tenemos realmente el deseo de aprender.

Un abrazo