lunes, 5 de octubre de 2009

Matar



Hay cientos de formas de matar a una persona. Se puede asesinar, ajusticiar, ejecutar, ahorcar, ahogar, decapitar, desnucar, degollar, guillotinar, fusilar, asfixiar, electrocutar, envenenar, lapidar, linchar, inmolar o sacrificar a un individuo. La muerte es el acto final, sin embargo la representación previa a la bajada del telón queda en manos de los actores principales. Pueden entrar en juego súplicas, lamentos, gritos, golpes, instrumentos... Gran cantidad de elementos que puedan acelerar o ralentizar el proceso. Armonizarlo, embellecerlo o incluso satanizarlo. El desenlace es siempre el mismo. El fin de la vida y el principio de la muerte. El término de un tipo de existencia y el inicio de otra. Matar. La duración del proceso puede ser mínima o infinita, pero lo cierto es que lo que desaparece; la vida, tarda técnicamente un sólo instante en desvanecerse. El hecho de poder salvar la vida de una persona en una milésima de segundo demuestra mi teorema y el hecho de que suframos una obra teatral casi cómica y ante todo de una fragilidad tremenda en su desenlace. Anticipar el final es difícil, pues nos guía el destino, y salirse del guión no entra en nuestro papel. Es trágico para algunos ver que no habrá una segunda parte, pero es nuestra naturaleza y esta está exenta de cualquier capacidad de improvisación. La función no estaba protagonizada por un mago, sino por un simple fulano de carne y hueso.

Sin embargo lo cierto es que al final cuando se mata es porque hay alguien o algo detrás. En lo referente a las personas - siempre y cuando el autor del suceso sea consciente y responsable del mismo - el que comete el acto sabe que deberá de responder ante él mismo y ante la ley. Matar a alguien implica el valor de ser capaz de matar, el riesgo que implica esa acción, la sangre fría, la capacidad de asumir ese hecho, además de una serie de represalias por parte de la sociedad, por los amigos del fallecido, por su familia o por nuestra propia conciencia. El valor determina que uno pueda o no matar a una persona. Una persona con ese valor y esa capacidad de asesinar podrá matar a la última persona del mundo, aquella que nunca ha visto y con la que jamás se hubiese topado, pero que el hecho de cruzarse en su camino unido a esa máquina destructiva que es su verdugo, habrán de suponer su muerte. Y sin embargo podemos estar enfrente del peor de nuestros enemigos, con todas las condiciones a nuestro favor, que si no tenemos ese valor, jamás acabaremos con su vida. No existe justicia en la muerte, existe coraje, decisión, y no deja por ello de ser despreciable.

A su vez,  el hecho de matar implica una respuesta por parte de la ley. Podemos correr el riesgo de asesinar a alguien y enfrentarnos al peso de la ley, o bien podemos asesinar a alguien amparados en las leyes. Un soldado en una guerra es consciente de que asesinará a una persona y aún en el peor de los casos siendo un acto de supervivencia, lo cierto es que estará quitando la vida de una persona, y nadie más que sus enemigos podrán echarle nada en cara. La ley quizás no permita matar, pero ¿quién es responsable de un asesinato cuando el ejecutor no habrá de verse condenado por su acto? 

Matar. Algo tan fácil y difícil. Tan humano e inhumano. Somos capaces de matar e incluso nos permiten hacerlo. ¿Hasta cuando? La obra debe ser larga, no nos gustaría que nos la arruinasen. Queremos disfrutar con ella, a pesar de que son los guionistas los que la escriben. Pero bueno, siempre puede el público quejarse de que no le ha gustado la realización. No sólo se puede aplaudir en una sala, los abucheos también cuentan.

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