miércoles, 28 de octubre de 2009
Neither out far nor in deep
Era un día cualquiera, de un mes y un año cualquiera. Un calendario cualquiera, y yo era un hombre cualquiera aquella mañana. Cuatro primaveras y las demás estaciones. Mi cuerpo empapado y no de sudor. Las gaviotas me hablaban, podía comprenderlas. Nada de niebla ni nubes, mas lo conseguí. Fui capaz de ver. De ver hasta allá donde me permitían mis ojos. Limitaciones: las pupilas y el viento, perdón de ser humanos. Mi único objetivo el infinito. Aquella, aquella línea situada al final de mis sueños, de todo mi camino. De sensaciones y alguna que otra percepción. De aquellas escarpadas pendientes que ahora dejaban paso a la más absoluta planicie.
Culminaba mi viaje. Me despedía de aquellos sonidos, olores y formas. Y a la vez volvía a verlos, mejor que nunca. La verdad hecha realidad. Más amarga, menos putrefacta, más sincera. Y se escondía detrás de toda esa gente. Se esconde y nadie me la quiso mostrar. La avaricia del que llega al final del sendero y conoce los detalles que el resto desconocemos, pero aún así no los revela. Mientras. Mientras miramos entre sombras y cenizas, entre cadenas y garrotes, imploramos y nos devoramos en el fondo de un agujero del que pocos saldremos y en el que las sombras invadirán hasta el más aparente pensamiento que pueda surcar por nuestras vacías mentes.
Nada existió, sólo ahora yo existía. El infinito en aquella partícula, mis partículas mirando al infinito. Era aparente y nunca lo hubiese imaginado. ¿Quién había sido? ¿Hacia dónde había mirado hasta aquel momento? Sabía ahora que aquel era yo. Que fácil y difícil había sido. Un simple pestañeo hacia el lugar indicado me bastaba. Pero no había sido capaz. Ahora una brisa acompañaba mi melodía, la de la victoria y me hacía volar hacia aquel lugar que yo bien sabía dónde estaba.
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