miércoles, 29 de julio de 2009

Fronteras de papel



¿Qué somos? Para el estado somos un nombre, con un sexo, una edad, una procedencia y una ubicación. Somos un número de una serie, inexistente hasta el instante en que tengamos capacidad de voto e improductivo hasta que nos llegue la hora de contribuir. Desde arriba no somos sino pequeñas hormigas que conviene tener ubicadas en un afán de control que supera las cotas de libertad individual que afirman defender los políticos. Somos una dirección a la que deben llegar nuestras multas, nuestros impuestos y la propaganda de los partidos políticos, pero a la que nunca arribará una felicitación de navidad. Vivimos en un sistema que nos encasilla, en un piso de una calle de una determinada ciudad. Eso es lo que somos, el propietario de ese enclave, y nuestra existencia se limita a ello. No importa si nosotros deseamos ser identificados como habitantes de ese determinado lugar, el estado se adelanta a tal propósito colocándonos un cartel. De esta forma nuestra identidad marcada por el DNI da muestras del sedentarismo del sistema, de su rigidez y hermetismo. No importa si un ciudadano puede vivir a lo largo del año en distintos lugares, o que simplemente no se siente identificado como habitante de un determinado lugar, el estado le obliga a sentirse parte de una burbuja que poco tiene de natural. El hombre en su afán de posesión se siente propietario de todo lo material, incluso del mundo, ese que da cobijo al cielo y la tierra, a lo material e inmaterial y de cuya existencia parece depender nuestro propio cosmos. El hombre planta su bandera en lugares de los que se siente legítimo poseedor, aún cuando otros tantos habían habitado, visitado o conocido antes. El mundo carece de dueño y simplificar su composición a simples parcelas resulta despreciable, pues su cuidado y conservación debería gestionarse desde una perspectiva mucho más amplia. Vivimos en un mundo marcado por el conflicto y la violencia, en el que la posesión del dominio siempre tiene un papel clave. La reivindicación de un recurso, de una parcela, de unas fronteras, de una bandera empuja al hombre a sacrificar su vida y lo que es más grave aún, la de los demás. El origen de la guerra se haya en el sedentarismo, pues un mundo de carácter nómada e itinerante en el que todos seamos iguales en procedencia pero distintos en sueños, en metas y en objetivos marcaría una existencia pacífica en este mundo tan amplio y complejo como para simplificar en parcelas, números y nombres.

1 comentario:

Antonio dijo...

Muy crema "fronteras de papel". Ser internacionalista es nuestro deber como seres humanos que somos. Eliminar nuestras fronteras, que siempre han sido prefabricadas y justificadas de la manera mas absurda con la única intención de establecer una mayor dominación sobre la población, se hace mas necesario que nunca. Nos han dividido por banderas, colores e ideologias con la intención de hacernos vulnerables como pueblo y como legítimos gobernantes de nuestro futuro.