sábado, 19 de diciembre de 2009
Interpretar notas
Nota tras nota se va articulando un conjunto armónico, hipnótico. La cadencia y el ritmo nacen del talento del músico para interpretar aquellos sonidos que enlaza desde la imaginación y libera hacia el exterior tocando el instrumento, haciendo música. Esos ecos, únicamente perceptibles para los seres vivos, guían nuestra existencia. Nacen de la visión de un mundo extramental, preexistente a nosotros. Tratamos de crear con mayor o menor éxito sobresalientes partituras, que si bien ya fueron escritas, su magnificencia nos hace sentir genios, y no simples imitadores.
Esas falsas creaciones, cercanas a la perfección de sus homólogas y antecesoras llegan a drogarnos, pasamos a ser simple ganado, detrás de un inepto pastor. De notas que trazamos y unimos entre sí con la convicción de estar poniendo el universo debajo de nosotros, de nuestra impresionante capacidad creativa. Y nos mentimos, nos engañamos, creyéndonos esclavizar a las notas y con ellas a los hombres, y demás seres que pueblan el planeta. Pero caemos en el error, haciéndonos víctimas de nuestros erróneos juicios, de nuestra excesiva arrogancia, de nuestra falsa iluminación. Nos acercamos, pero al final somos nosotros los que creemos hacerlo, mientras la música puede decidir si bailar o no por el campo del sonido valiéndose de nuestro arte. Un arte casi siempre aparente y superfluo, que no reconoce su futilidad, y el reinado de la acústica, la acústica que rara vez llega a trepar hacia el vacío de nuestros tímpanos, o que casi nunca vaga por nuestras mentes. Sin embargo nos convertimos en esclavos de aquello que desarrollamos, y que lejos de llegar a poder moldear o de penetrar en su esencia, nos manipula y entramos en un trance difícil de superar. Dejamos de ser oyentes, de tratar de comprender y de entender la música, y pasamos a alardear de nuestras inútiles capacidades, de mentiras que disfrazamos de verdades. Y ahí es cuando perdemos nuestra identidad. Creemos ser músicos, incluso compositores, pero nos quedamos en el camino de los ecos, de las vibraciones, de los impulsos generados por las cuerdas, por los pitidos, por las ondas que nos invaden. Es entonces cuando la música nos vuelve títeres, y nos hace luchar, amar, odiar, respetar, reír, todo ello impulsado por nuestra ingrata interpretación, por nuestro ridículo egocentrismo que acaba transformándonos en masa.
Música... El mundo que vivimos no se puede discernir desde nuestras notas. Quizás podamos intentar entenderlo desde el vacío musical que implicaría nuestra no existencia. Al fin y al cabo tan solo los animales pueden apreciar los sonidos que se dan en la naturaleza. Más difícil es llegar a los de aquel otro lugar. Bastaría con reconocer lo que somos y llegar a intuir lo que podemos ser.
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