domingo, 27 de diciembre de 2009

La rebelión de los tontos


Un gualdo torrente de sílabas se va apoderando de la amplitud del folio. Nacidas de la unión de letras van formando inocuas palabras para el gran público, sublimes creaciones sin embargo para el atento lector, provisto de algo más que espejuelos. Las gafas tan solo permiten alumbrar con mayor claridad el efecto del lenguaje sobre el que recae la pesada labor de comprenderlo y darle un sentido que el autor concibe para su libre interpretación.

Acusan los menos doctos desde la superficialidad. Tachan de palabrería a la supremacía del verbo y desglosan incorrectamente el texto profiriendo vituperios, invectivas, injurias. Ultrajan la actividad creadora. Se mofan, convirtiendo sus burlas en sacrilegio, profanando el santo templo del habla.
Se dejan llevar por las consecuencias de su analfabetismo y pasan a convertirse en protagonistas de un genocidio de la voz y de la expresión. Creen constituirse testigos de una incomprensible exaltación de lo inocuo, precedida de una explosión de ego. Pero fracasan en sus intentos. Fracasan y se dejan llevar precisamente por la falsa seguridad del desconocimiento. Se desarrolla en forma de criterio una inexistente capacidad de distinguir la excelencia. Creen apreciar la superioridad léxica desde un vacío mental cuyo origen es la omisión de la cultura y las ideas desarrolladas por cientos de generaciones de seres humanos.

Es el triunfo del olvido. El linchamiento de la literatura por manos de los iletrados, el desarrollo de un tipo de conocimiento nacido de la exclusión, de la falta de comprensión. La negación de la autocrítica, la idolatría de ideas aprehendidas sin juicio previo. Nos enfrentamos a la conquista del mundo por parte de los tontos. Debemos andar con ojo y escuchar atentamente al prójimo desde la humildad, si no queremos convertirnos en uno de ellos.

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