''La conciencia histórica es una de las características más acusadas que se para al hombre civilizado del que no lo es''
Leopoldo Torres Balbás (Crónica de la España Musulmana)
Si hay una época que pueda servir de común denominador y origen del Occidente europeo y cristiano, y que de alguna forma sirviese como base del desarrollo de las ideas que se han forjado en el seno de nuestra civilización esos son los siglos XI y XII. En la plenitud del medievo y una vez superada la amenaza de las segundas invasiones (normandos, noruegos y daneses, suecos, húngaros, sarracenos...) Europa se adentra en un período en el que se empieza a plantear la lacra del caos y la anarquía que reina desde la progresiva disolución de la tutela imperial que podía representar el Imperio carolingio. Un continente fraccionado, que sólo en ocasiones dispondrá de una monarquía efectiva que de paso al orden y la estabilidad se verá envuelto en multitud de luchas por el poder, invasiones y creación y desmembración de reinos. Los señores feudales en reclamo de las identidades y de los derechos regionales irán forjando un sistema atomizado en el que únicamente (y en ocasiones tampoco, con las herejías albigense y valdense) la Iglesia y de forma bastante limitada como para ser vinculante, disponga de algún tipo de autoridad sobre la mayor parte de territorios. Una sociedad víctima de sus propios excesos. La ambición y el odio serán constantes que también reinarán en la única institución que gozará de algo de prestigio. Una Iglesia dominada por la simonía, el nicolaísmo, la herejía y la intervención del poder temporal o civil en sus decisiones y en la investidura de los cargos ve pronto brotar en el seno de los monasterios voces de cambio que se plasmarán con la reforma cluniacense y la cistercense.
Estas comunidades monásticas son las que irán expandiendo por Europa esos aires frescos y de cambio que se venía implorando durante la oscuridad que cubrió el continente durante los siglos anteriores.La oscuridad económica, política, religiosa y cultural sufrirá una progresiva transformación aunque todavía poco apreciable. En el seno de las ciudades y junto a las escuelas catedralicias se patrocinarán Estudios Generales, que constituirán el necesario preámbulo de lo que serán las Universidades. En estos burgos también tomarán un cada vez mayor peso los artesanos y comerciantes, sobretodo en los siguientes siglos con la constitución de redes comerciales como la hanseática o con las conquistas en el mediterráneo que volverán a permitir que ciudades como Venecia o Génova puedan mirar hacia el mar. Así pues florecerá un nuevo aire de libertad que será una constante en las siguientes centurias.
En lo militar las cruzadas darán lugar a una unidad frente al Islam que jamás se había visto antes, y situarán a la fe como motor del futuro de la civilización.
Incluso esa creciente homogeneización se verá con el arte románico, cada vez con mayor éxito. Se impondrá el latín culto como idioma de enlace entre los hombres de letras de los distintos pueblos, y se permitirá la libre circulación de maestros, alumnos y manuscritos.
Además Juglares y trovadores irán cantando gestas y creando símbolos y héroes que todavía hoy veneramos.
Sin embargo el pensamiento racional y crítico desarrollado hasta nuestros días debe empujarnos a desconfiar de lo que tradición nos ha legado.
La violencia, la inmoralidad y la injusticia imperante en el medievo debe hacernos conscientes de que los héroes jamás existieron. Los grandes caballeros, fueron humanos, y por tanto masacraron, violaron, robaron y humillaron cuando no a nosotros a nuestros teóricos enemigos. Las gestas que enarbolaban individuos, batallas y expediciones olvidaban a los muertos. Situaban a infrahombres en el más alto pedestal al que podía aspirar a un ser humano. Sujetos que probablemente en otro lugar eran considerados la reencarnación del mal.
Los símbolos para el analfabeto hombre medieval eran una buena forma de esclavizarlos y mantenerlos como súbditos. La Iglesia que nunca supo calar hondo entre la población tuvo que recurrir al miedo y a la ira de Dios para llenar el interior de sus muros. Los hombres llanos tiritaban de miedo con la potente oratoria adquirida por los sacerdotes durante sus estudios de Trivium, las gárgolas obligaban al individuo a ceder ante el todopoderoso, y la institución que en la tierra le representaba, aun cuando esta se encontrase poblada de aquello que censuraban desde los altares. Las figuras, los emblemas, las banderas siempre han sido una buena forma de las clases dominantes de conseguir aglutinar bajo su poder al pueblo. Los cátaros y valdenses a pesar de nacer como una obligada respuesta a la relajada moral de la Iglesia en aquellos tiempos, y de las riquezas que se negaban a repartir parroquias y monasterios entre sus explotados trabajadores fueron perseguidos hasta su total extinción, considerados herejes, dignos de la hoguera, con un odio tal que si revisamos el significado del término de hereje hoy en día podemos constatar el sentido que llegó a adquirir.
No podemos olvidar la despreciable unidad que pudo desarrollarse entre los pueblos europeos a raíz de las cruzadas. Lejos de constituirse como compañeros de peregrinaje, la gran mayor parte viajaba a Tierra Santa en busca de fortuna, para lo que no importaba qué medios empleasen (saqueo de la ortodoxa Constantinopla, continuas masacres hacia población árabe y ya no decir musulmana...)
Por último censurar la inquisición y la vía mística y la especulación teológica que se aferró en mantener la Iglesia durante siglos, a pesar del progresivo desarrollo de la dialéctica, y del platonismo. El redescubrimiento por parte de Porfirio y Boecio de la Lógica de Aristóteles, fue esencial en este sentido, y es que a pesar de la gran construcción teológica que llegó a crear Santo Tomás desde la Iglesia se ha tratado durante años obstaculizar el avance y el triunfo de la razón. Un triunfo que sin duda simbolizan las ideas de la ilustración, y que hoy en la casi posmodernidad podemos revisar y criticar sin miedo a equivocarnos, desde la base de generaciones de personas que hicieron posibles que vivamos en la era del conocimiento.
Es desde mi punta de vista, dejando los lógicos errores humanos, las ambiciones políticas y económicas que hayan habido dentro de la institución, ese continuo freno al avance del conocimiento, de la razón y del progreso el grosso error que la Iglesia ha cometido durante toda su historia. La jerarquía eclesiástica debería replantearse el sentido del cristianismo, y abandonar su posición conservadora y enemiga de todo cambio o crítica, para encontrar en el análisis racional, en el discurso, y en la humildad el fundamento de sus ideas.
Aferrarse a la historia, cuando desde luego va en contra tuya es hacer muy poco por el futuro de las enseñanzas bíblicas. El contacto del individuo con los textos sagrados es fundamental, de igual forma que lo es la interpretación personal de las palabras de Jesucristo. No se puede limitar la palabra de Dios al discurso unidireccional que salga del Vaticano, pues el Espíritu Santo no es motivo suficiente para justificar todo aquello que se diga desde la Iglesia, los errores cometidos durante la historia contradicen cualquier argumento al respecto.
La discusión y crítica de la teología, de la filosofía cristiana, del papel de la Iglesia en la sociedad... son fundamentales para que no quede como algo arcaico, ligado para siempre con los poderes continuistas y que han tratado durante toda la historia frenar el desarrollo civilizatorio. La iglesia y más en un período propenso a ello como es el actual, caracterizado como postmoderno, debe hacer balance de su historia y plantearse el papel que quiere tomar en el incierto futuro que nos depara.
Por otra parte de la misma forma Europa debe ser crítica con ella misma, inundarse de su historia y ser consciente de aquello que realmente le debe enorgullecer de su pasado. ¿Cómo vamos a integrar a musulmanes en España cuando en el escudo de Aragón se puede ver la cabeza de un moro? ¿Cómo vamos a aceptar a Turquía en la Unión Europea si muchos ligan el fin de la Edad Media y del Imperio Bizantino con la traumática conquista de Constantinopla por parte otomana?
La historia no es o nuestra o de los otros. La historia debe ser criticada y comprendida a fin de tener un mejor conocimiento de nuestra actualidad. Debemos tener presentes nuestros errores para no cometerlos de nuevo y por tanto no tropezar con las mismas piedras. La distinción, la exclusión, la incomprensón, el miedo y la incertidumbre tienen su origen en la ignorancia. Si caminamos juntos como europeos debemos hacer gala de lo que realmente ha sido la base de nuestra civilización y que hace sigamos confiando en el imperfecto sistema en que vivimos, y que son las ideas. Y en cuanto a los héroes... Esos no existieron nuca, desde luego.
Sin embargo el pensamiento racional y crítico desarrollado hasta nuestros días debe empujarnos a desconfiar de lo que tradición nos ha legado.
La violencia, la inmoralidad y la injusticia imperante en el medievo debe hacernos conscientes de que los héroes jamás existieron. Los grandes caballeros, fueron humanos, y por tanto masacraron, violaron, robaron y humillaron cuando no a nosotros a nuestros teóricos enemigos. Las gestas que enarbolaban individuos, batallas y expediciones olvidaban a los muertos. Situaban a infrahombres en el más alto pedestal al que podía aspirar a un ser humano. Sujetos que probablemente en otro lugar eran considerados la reencarnación del mal.
Los símbolos para el analfabeto hombre medieval eran una buena forma de esclavizarlos y mantenerlos como súbditos. La Iglesia que nunca supo calar hondo entre la población tuvo que recurrir al miedo y a la ira de Dios para llenar el interior de sus muros. Los hombres llanos tiritaban de miedo con la potente oratoria adquirida por los sacerdotes durante sus estudios de Trivium, las gárgolas obligaban al individuo a ceder ante el todopoderoso, y la institución que en la tierra le representaba, aun cuando esta se encontrase poblada de aquello que censuraban desde los altares. Las figuras, los emblemas, las banderas siempre han sido una buena forma de las clases dominantes de conseguir aglutinar bajo su poder al pueblo. Los cátaros y valdenses a pesar de nacer como una obligada respuesta a la relajada moral de la Iglesia en aquellos tiempos, y de las riquezas que se negaban a repartir parroquias y monasterios entre sus explotados trabajadores fueron perseguidos hasta su total extinción, considerados herejes, dignos de la hoguera, con un odio tal que si revisamos el significado del término de hereje hoy en día podemos constatar el sentido que llegó a adquirir.
No podemos olvidar la despreciable unidad que pudo desarrollarse entre los pueblos europeos a raíz de las cruzadas. Lejos de constituirse como compañeros de peregrinaje, la gran mayor parte viajaba a Tierra Santa en busca de fortuna, para lo que no importaba qué medios empleasen (saqueo de la ortodoxa Constantinopla, continuas masacres hacia población árabe y ya no decir musulmana...)
Por último censurar la inquisición y la vía mística y la especulación teológica que se aferró en mantener la Iglesia durante siglos, a pesar del progresivo desarrollo de la dialéctica, y del platonismo. El redescubrimiento por parte de Porfirio y Boecio de la Lógica de Aristóteles, fue esencial en este sentido, y es que a pesar de la gran construcción teológica que llegó a crear Santo Tomás desde la Iglesia se ha tratado durante años obstaculizar el avance y el triunfo de la razón. Un triunfo que sin duda simbolizan las ideas de la ilustración, y que hoy en la casi posmodernidad podemos revisar y criticar sin miedo a equivocarnos, desde la base de generaciones de personas que hicieron posibles que vivamos en la era del conocimiento.
Es desde mi punta de vista, dejando los lógicos errores humanos, las ambiciones políticas y económicas que hayan habido dentro de la institución, ese continuo freno al avance del conocimiento, de la razón y del progreso el grosso error que la Iglesia ha cometido durante toda su historia. La jerarquía eclesiástica debería replantearse el sentido del cristianismo, y abandonar su posición conservadora y enemiga de todo cambio o crítica, para encontrar en el análisis racional, en el discurso, y en la humildad el fundamento de sus ideas.
Aferrarse a la historia, cuando desde luego va en contra tuya es hacer muy poco por el futuro de las enseñanzas bíblicas. El contacto del individuo con los textos sagrados es fundamental, de igual forma que lo es la interpretación personal de las palabras de Jesucristo. No se puede limitar la palabra de Dios al discurso unidireccional que salga del Vaticano, pues el Espíritu Santo no es motivo suficiente para justificar todo aquello que se diga desde la Iglesia, los errores cometidos durante la historia contradicen cualquier argumento al respecto.
La discusión y crítica de la teología, de la filosofía cristiana, del papel de la Iglesia en la sociedad... son fundamentales para que no quede como algo arcaico, ligado para siempre con los poderes continuistas y que han tratado durante toda la historia frenar el desarrollo civilizatorio. La iglesia y más en un período propenso a ello como es el actual, caracterizado como postmoderno, debe hacer balance de su historia y plantearse el papel que quiere tomar en el incierto futuro que nos depara.
Por otra parte de la misma forma Europa debe ser crítica con ella misma, inundarse de su historia y ser consciente de aquello que realmente le debe enorgullecer de su pasado. ¿Cómo vamos a integrar a musulmanes en España cuando en el escudo de Aragón se puede ver la cabeza de un moro? ¿Cómo vamos a aceptar a Turquía en la Unión Europea si muchos ligan el fin de la Edad Media y del Imperio Bizantino con la traumática conquista de Constantinopla por parte otomana?
La historia no es o nuestra o de los otros. La historia debe ser criticada y comprendida a fin de tener un mejor conocimiento de nuestra actualidad. Debemos tener presentes nuestros errores para no cometerlos de nuevo y por tanto no tropezar con las mismas piedras. La distinción, la exclusión, la incomprensón, el miedo y la incertidumbre tienen su origen en la ignorancia. Si caminamos juntos como europeos debemos hacer gala de lo que realmente ha sido la base de nuestra civilización y que hace sigamos confiando en el imperfecto sistema en que vivimos, y que son las ideas. Y en cuanto a los héroes... Esos no existieron nuca, desde luego.
La libre circulación de personas, la libertad de comercio, la búsqueda y defensa de un idioma que podamos entender todos... Podemos aprender de cientos de episodios que ya hemos vivido, y que nos ayuden a ser más grandes sin anclarlos en el pasado y dar pasos atrás.
Las estrellas de la bandera de Europa son más importantes de lo que aparentan. Son la luz que debe iluminar el camino que nos queda por recorrer.
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