domingo, 29 de marzo de 2009

El ansia de dominación del hombre

Hoy en día África se encuentra repleta de warlords o más bien conocidos como señores de la guerra. Son antiguos gobernantes, ministros o empresarios que antaño disfrutaron de altas cotas de poder y que tras haber sido despojados de este, tratan de mantener su posición de preponderancia aunque sea en el más remoto lugar y en la más reducida extensión.

No es nada nuevo. La historia de la humanidad se encuentra marcada por líderes que gracias a la fuerza y la opresión sobre el débil han tratado de perpetuar su posición privilegiada. En la sociedad feudal del medievo encontrábamos un contexto parecido al que hoy vive África. Cientos de nobles que por determinadas circunstancias estaban por encima de los demás y se enfrentaban entre sí con el objetivo de adquirir mayores privilegios y dominios.

Sin embargo en Occidente las cosas han cambiado. Pese a que todavía reside en muchos de nosotros ese deseo de dominar por encima de todas las cosas, existen barreras a ese repugnante deseo humano. La ley pone freno a una de las aspiraciones más comunes a lo largo de la historia del hombre; la de situarse por encima del semejante, de esclavizarlo o de atarlo de forma que se convierta en siervo de sus propias necesidades.

Pero esa lacra todavía permanece viva por mucho que haya avanzado nuestra sociedad y la efectividad de sus métodos represivos. La violencia de género es en nuestro tiempo la gran muestra de que el hombre aspira al poder y al control sobre sus semejantes, debiendo ser los demás partículas sumisas al deseo de una intocable entidad superior.

Producto de nuestro tiempo, la incapacidad de plasmar en la realidad esa sed de conquistas y de superioridad lleva al hombre a trasladarla a aquel lugar donde pueda llegar a ejercerla sin la reprobación de la sociedad ni la implacabilidad de la justicia, su propio hogar.

En esta inequívoca representación de la realidad africana las mujeres darán vida a la atormentada población víctima de la locura de unos genocidas con gafas rayban, y las paredes de su casa se convertirán en las fronteras naturales que limitan el campo de acción del cacique de turno. La cobardía será el telón de fondo en una obra en la que el fuerte podrá hacer con el débil todo aquello que desee.

De esta forma se convierte la mujer en la culpable y en la víctima. La culpable de los fracasos de su marido. La culpable de haber nacido en una sociedad civilizada y en un tiempo distinto al que el otro hubiese deseado.  Y la víctima reflejada en algunos casos por la prensa, pero oculta en muchos otros tras unas paredes, recreando de esta forma una particular obra dramática lejos del Congo pero impulsada por el mismo deseo inhumano pero tan característico del hombre.



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