martes, 31 de marzo de 2009

Decisiones equivocadas



Después de 6 años de infructuosa presencia militar en Irak, Gran Bretaña inicia su retirada oficial del país (pese a que ya había reducido considerablemente sus contingentes armados).

 La guerra se ha cobrado la muerte de 179 soldados británicos. Sin embargo es duro constatar que su lucha ha sido en vano. Gran Bretaña se marcha de Irak por la puerta de atrás sin los deberes hechos y sin haber conseguido nada más que desgracias. Al enorme coste humano (número de fallecidos, heridos de gravedad y afectados psicológicamente) le sigue el coste económico (englobando tanto el gasto en tropas y en reconstrucción del país como en materia de pensiones a los ex-combatientes y a familiares de los fallecidos en el conflicto) unido a otros costes complementarios como el coste de oportunidad que hubiese supuesto la inversión económica y humana en otros ámbitos, así como el coste político que supone el deterioro de su imagen externa.

No entraré a debatir si el interés real del conflicto residía en acceder al petróleo iraquí y su por tanto explotación pero si así fuere se ha fracasado estrepitosamente. Bien que las empresas norteamericanas dedicadas al petróleo se han visto beneficiadas, pero la innegable relación del aumento del precio del crudo ( por lo menos un aumento de entre 5 y 10 dólares por barril) y el conflicto han hecho reducir las importaciones del carburante en muchos de los países de la coalición, dando lugar a una importante reducción de la potencial actividad económica.

Si por otro lado nos guiamos por los fines altruistas que predicaban los defensores de la contienda a la hora de realizar un balance, los resultados son igual de desquiciantes. 
Irak no se ha convertido en ese foco democrático capaz de alumbrar al resto de Oriente próximo. La democracia por la fuerza tal y como la concibe Norteamérica o al menos tal y como la ha enfocado en Irak no tiene cabida ni aquí ni en ningún otro lugar. Las encuestas reflejan que países como Alemania, Francia, Turquía o Indonesia han cambiado radicalmente su concepción de la democracia norteamericana, a peor claro está. 

EEUU y sus aliados han eliminado el régimen de Sadam Hussein que asesinaba una media de 10.000 ciudadanos al año, pero no han hecho sino empeorar drásticamente la situación. 

El terrorismo islamista se ha incrustado en algunas regiones, de modo que ha podido combatir mejor al enemigo, así como unir a sus filas a cientos de descontentos con las formas del invasor. La violencia se ha convertido en el pan de cada día en el país. El enfrentamiento chií-sunita ha encontrado el marco perfecto para explotar, y la industria del país ha quedado totalmente inutilizada. Sólo los focos petrolíferos parecen sufrir una cierta recuperación pero sin haber llegado todavía a los niveles anteriores a la guerra. Y para más inri las tropas que todavía permanecen en el país no cumplen con su cometido pacificador, pues la violencia lejos de reducir, continúa en niveles terroríficos.

El número de iraquís muertos supera el millón, el de heridos se desconoce pero deduciendo (de forma conservadora) se puede pensar que rondará los dos millones, y casi 5 millones de personas se han visto obligados a desplazarse por las circunstancias a otra parte del país.

En definitiva, un absoluto fracaso. EEUU y sus aliados han creado un nuevo Vietnam, una nueva derrota, y una razón más por la que dudar de la conveniencia de su liderazgo mundial. Cheney y George Bush (por este orden) han enviado más de 4.000 vidas al abismo sin haber conseguido nada a cambio. Gran Bretaña se marcha por la puerta de atrás, retira sus tropas, hace bien. Por fin han entendido que más vale marrón claro que marrón oscuro. Sin embargo las tropas de EEUU permanecen, se resignan a huir sin los deberes hechos. Su deber como americanos les obliga a quedarse y acabar lo que empezaron. Pero ¿Qué empezaron? ¿Todavía creen en aquello por lo que se fundamentó la guerra?. Conveniente sería que siguiese Obama los pasos de Gordon Brown y se marchasen cuanto antes las tropas. Los Estados Unidos retrasan lo inevitable, agravan su fracaso y aumentan el número de soldados sacrificados. No tienen nada que hacer, no tenían nada que hacer.




domingo, 29 de marzo de 2009

El ansia de dominación del hombre

Hoy en día África se encuentra repleta de warlords o más bien conocidos como señores de la guerra. Son antiguos gobernantes, ministros o empresarios que antaño disfrutaron de altas cotas de poder y que tras haber sido despojados de este, tratan de mantener su posición de preponderancia aunque sea en el más remoto lugar y en la más reducida extensión.

No es nada nuevo. La historia de la humanidad se encuentra marcada por líderes que gracias a la fuerza y la opresión sobre el débil han tratado de perpetuar su posición privilegiada. En la sociedad feudal del medievo encontrábamos un contexto parecido al que hoy vive África. Cientos de nobles que por determinadas circunstancias estaban por encima de los demás y se enfrentaban entre sí con el objetivo de adquirir mayores privilegios y dominios.

Sin embargo en Occidente las cosas han cambiado. Pese a que todavía reside en muchos de nosotros ese deseo de dominar por encima de todas las cosas, existen barreras a ese repugnante deseo humano. La ley pone freno a una de las aspiraciones más comunes a lo largo de la historia del hombre; la de situarse por encima del semejante, de esclavizarlo o de atarlo de forma que se convierta en siervo de sus propias necesidades.

Pero esa lacra todavía permanece viva por mucho que haya avanzado nuestra sociedad y la efectividad de sus métodos represivos. La violencia de género es en nuestro tiempo la gran muestra de que el hombre aspira al poder y al control sobre sus semejantes, debiendo ser los demás partículas sumisas al deseo de una intocable entidad superior.

Producto de nuestro tiempo, la incapacidad de plasmar en la realidad esa sed de conquistas y de superioridad lleva al hombre a trasladarla a aquel lugar donde pueda llegar a ejercerla sin la reprobación de la sociedad ni la implacabilidad de la justicia, su propio hogar.

En esta inequívoca representación de la realidad africana las mujeres darán vida a la atormentada población víctima de la locura de unos genocidas con gafas rayban, y las paredes de su casa se convertirán en las fronteras naturales que limitan el campo de acción del cacique de turno. La cobardía será el telón de fondo en una obra en la que el fuerte podrá hacer con el débil todo aquello que desee.

De esta forma se convierte la mujer en la culpable y en la víctima. La culpable de los fracasos de su marido. La culpable de haber nacido en una sociedad civilizada y en un tiempo distinto al que el otro hubiese deseado.  Y la víctima reflejada en algunos casos por la prensa, pero oculta en muchos otros tras unas paredes, recreando de esta forma una particular obra dramática lejos del Congo pero impulsada por el mismo deseo inhumano pero tan característico del hombre.



Abundancia y necesidad


El desértico norte de Somalia está poblado por cientos de tribus nómadas. Cada una de ellas crea su propia geografía. Estas tienen sus propios mapas, su propia y particular interpretación de una misma realidad. Existen cientos de itinerarios distintos. De esta forma, alrededor de un reducido lugar pueden llegar a vivir cientos de clanes sin la necesidad de convivir, simplemente llevando cada uno su propio destino y guiando su camino.

Mientras llueva y exista la abundancia todo transcurrirá de esta forma, sin embargo en el instante en que la escasez llegue en forma de sequía, aquellos lugares que todavía alberguen algo de agua y hayan resistido a la sequía, serán objeto de codicia y trastocarán los planes de esos ancestrales itinerarios. Es entonces cuando finaliza la paz y se inicia el conflicto.

lunes, 16 de marzo de 2009

Ciencia y desarrollo


Es inconcebible pensar que Alfred Nobel en el momento de descubrir la dinamita pudiese haber imaginado las miles de personas que morirían en lo sucesivo gracias a ese explosivo plástico resultante de absorber la nitroglicerina en un material sólido poroso. Sin embargo pronto el sentimiento de culpa le invadió hasta tal punto que dedicó toda su fortuna personal para alimentar el desarrollo de la ciencia, una ciencia a la que en el fondo de su corazón pensaba haber fallado.

Distinta es la historia de Mijaíl Kaláshnikov. Al finalizar el desarrollo de su fusil Avtomat Kaláshnikov, modelo 1947, no pensaba haber creado el instrumento que por coyunturas históricas, más vidas humanas se fuese a cobrar en toda la historia de la humanidad, pero es innegable que era conocedor del fin de su invento. Él se excusó afirmando que había creado un arma que ayudara a defender las fronteras de su patria. Mientras que dice lamentar que esos fusil que reciben su nombre no hayan seguido los fines para los que fueron creados. A él no le ha invadido el sentimiento de culpa que siguió a Nobel hasta el fin de sus días.

De esta forma ¿son los científicos, los técnicos, los pensadores, los responsables de sus creaciones, o son aquellos que los llevan a la práctica los verdaderos culpables del mal empleo de sus innovaciones?

Tradicionalmente la ciencia ha ido ligada al desarrollo de los imperios, de las naciones. Esta ha estado supeditada y subvencionada por esos constructos políticos y su estrategia básica ha sido la del desarrollo, el fortalecimiento y el predominio de sus fronteras, de su cultura, de su bienestar.

Hoy la ciencia ha adquirido unas dimensiones globales. Como Ulrich Beck afirma en La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, la ciencia ha escapado del campo de la política, pudiendo ahora tomar un camino que no siempre es el deseable. La ciencia ya no se encuentra supeditada a los deseos de naciones insaciables en deseos y fortuna, pero que al fin y al cabo nos han hecho progresar y llegar al lugar en el que nos encontramos ahora. Pero qué ocurrirá ahora que la ciencia depende de la libre iniciativa de los científicos, y se desarrolla en un mundo en el que cada vez más gente tiene acceso a la educación, y a la posibilidad de emplearla para fines no deseables, independientemente de las motivaciones de los propios creadores. La cuestión es compleja. No todas las personas albergarán el sentimiento de culpa que ahogó a Nobel, ni todas las personas ignorarán las consecuencias de sus inventos, mas aún si mientras tanto sueñan con el mal que pueden llegar a crear. Auschwitz o Kolyma fueron consecuencia de ese afán nacional por dominar a sus semejantes. Lo grave es que hoy en día cualquiera puede rememorar esos fatídicos acontecimientos, e incluso superarlos. Pero la clave para evitarlos no está en los campos de exterminio, ni en los montes donde luchan los niños-soldado,ni en Hiroshima o Nagasaki, ni en los que envían las cartas con antrax sino en los laboratorios, en las motivaciones de una ciencia en una continua evolución, y cada vez más difícil de controlar.

miércoles, 11 de marzo de 2009

África


La descolonización africana fue un auténtico fracaso. El tradicional expolio occidental de los recursos naturales y humanos basado en la distinción del hombre y no-hombre que con Auswitch parecía totalmente descartado, fue sustituido por un nuevo sistema en el que líderes corruptos y oportunistas se situaban como intermediarios de ese ciclo natural que alimenta la pobreza y la miseria del continente.

La Libertad, el librarse de las cadenas que el hombre blanco imponía, al contrario de lo que muchos profetizaban no trajo consigo la multiplicación del pan, de los peces y del vino, sin embargo la euforia desatada sí que parecía característica de un acontecimiento de esas dimensiones.

Durante los años posteriores a la descolonización se dio un rápido crecimiento de la población a la que no siguió un desarrollo económico proporcional, como había ocurrido en occidente. Se habían emitido más billetes de los que el sistema es capaz de soportar, y el resultado era una inflación, no de porcentajes ni de céntimos de dolar, sino de miseria y de hambre.

El optimismo, el entusiasmo y la euforia pronto dieron lugar a una manifiesta falta de alimento, de escuelas y de trabajo.

Mientras tanto líderes políticos o militares fueron alimentando su fortuna, impidiendo el marco de desarrollo que se dio durante las últimas décadas del siglo XX. Mugabe o Idi Amin son dos de los más mediáticos, pero si nos sumergimos en nuestra historia más reciente hay cientos de ellos.

Por el contrario países como China, Taiwán o el sudeste asiático aprovecharon su estabilidad para atraer a grandes empresas. Mejor seguir atado al dominio occidental durante unos años que perpetuar la pobreza. Lo mismo podemos decir de Chile o Brasil. Adoptaron los cánones occidentales del libre mercado, mientras que sus vecinos Venezuela y Bolivia decidieron iniciar otros caminos que les han condenado al fracaso.

La deslocalización fue una oportunidad que África desaprovechó, por la inestabilidad y el caos imperante. Los dictadores africanos prefirieron adoptar discursos antiimperialistas y populistas que hiciesen olvidar la humillación de su pasado, fomentando el odio al blanco. Grosso error que les ha condenado al olvido; 32 de los 35 países más pobres del mundo se encuentran en África, y los demás no andan muy lejos de ese 'selecto' club de la miseria.

Durante los años se ha ido incrustando en la personalidad del africano una manifiesta desesperanza. En los ojos  opacos de un niño ugandés no encontramos ganas de vivir, ni el sueño de un mundo mejor. Estos reflejan el desarraigo de un continente condenado a la miseria perpetua. Se han encontrado con más escalones que cualquier otro pueblo de la tierra, y sus continuos tropiezos han ido formando un carácter marcado por la indiferencia, más allá del sufrimiento y de la impotencia.

Por el contrario tras la mirada de un asiático que trabaja durante todo el día sí que encontramos el sueño de que sus hijos puedan llevar una vida mejor.
La repugnancia de la mano de obra barata y de las condiciones infrahumanas (siempre exageradas) del trabajador, pero tras la que se esconden unas tremendas ganas de vivir, de luchar y de mejorar que generalmente no encontramos en un africano.

Las élites negras educadas en occidente lejos de llevar el orden y la justicia a sus dominios han alimentado la pobreza, fomentado el odio interracial, y violado reiteradamente los derechos humanos. Detrás de las Ak-47 no encontramos fines altruistas sino ansias de poder y de riquezas.

 De esta forma, ¿Qué empresa va a querer expandirse a un país de esas características y en el que la posibilidad de que se de un golpe de estado cada 5 años es superior a un 30 %? Ninguna.
El futuro de África es oscuro como su propia piel.



¿Existe posibilidad de cambio en África?

Lo cierto es que sí que hay posibilidad de cambio, siempre y cuando los gobiernos de estos países sepan elegir el camino adecuado. Deben seguir el camino trazado por Asia, aún conscientes de que les costará mucho más alcanzarlo.

 Nosotros desde occidente tenemos un importante papel. No hemos de limitarnos a pagar una mensualidad a la ONG de turno, pues lo más seguro es que ese dinero acabe en manos de algún señor de la guerra africano, aunque con ello no quiero menospreciar la ayuda económica. 

Hemos de fomentar otras alternativas para estos países. La ayuda técnica es fundamental. Se necesitan más médicos que dólares. La ayuda militar también es ineludible. Hemos de olvidar el desastre de Somalia y empezar a pensar que la estabilidad de muchos países depende de los soldados que nosotros les proporcionemos. Y es que no solo la guerra produce miseria, sino que la miseria a su vez implica un alto riesgo de dar lugar a un conflicto.
Es imperioso el apoyo a los líderes honrados y que de verdad tratan de llevar a cabo planes de desarrollo en sus países. Hemos de supeditar la entrega de ayudas humanitarias a la consecución de cambios, de otra manera seguirán acabando en manos de militares, paramilitares y de ladrones disfrazados de políticos. Y por último es vital llevar a cabo un comercio justo, pagándoles lo que de verdad valen sus productos, así como reducir los aranceles que les imponemos a los países de África, para fomentar sus exportaciones, de forma que diversifiquen su producción y dejen de lado el mal holandés.

África ha de ser capaz de encontrar en el horizonte un futuro mejor, pero para ello necesita nuestra ayuda. Debemos dejar de lado las cargas de nuestro pasado colonialista y de soñar con un mundo mejor, para actuar de forma realista, de la única forma que la humanidad ha sido capaz de crear bienestar. La pragmática y la utopía ha de quedar enterrada. Es necesario ser práctico y analizar fríamente los acontecimientos, y más aún cuando de ello dependen muchas vidas.


miércoles, 4 de marzo de 2009

La ley de memoria histórica


Una Ley por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura. El programa electoral del PSOE no incluía ninguna mención a esta, sin embargo con la aprobación de la ley el 28 de octubre de 2007 se iniciaba una polémica que llega hasta nuestros días.
Rápidamente recibió la oposición del Partido Popular, pues implicaba hurgar en un pasado a olvidar, cuando lo deseable según ellos es mirar al futuro.
Sin embargo, no seré yo de los que quieren olvidar el pasado. Cientos de familias tratan todavía hoy de localizar a sus seres queridos, y para ello se necesita viajar al pasado y excavar en muchas fosas. El problema viene cuando en esta batalla contra nuestro pasado se encarga la recuperación de la memoria únicamente a aquellas organizaciones anteriores a la aprobación de la ley. En ese instante la ley adquiere un claro color, el color de la revancha, pues únicamente los grupos interesados en vengar los crímenes y atrocidades franquistas habían tratado inútilmente hasta la fecha de conocer en mayor profundidad su pasado, para honrar a sus muertos y maldecir a sus verdugos. Es decir, conseguir que la historia les hiciese ganar la guerra que perdieron en el 39 o antes.

Según ellos los del otro bando no merecen homenaje ni recuerdo alguno, pues además de ya haber sido suficientemente honrados durante 40 años de dictadura, son los perdedores de la historia, los bastardos, no merecen la gratitud de esta nueva ley. Pero me niego. ¿Qué hay de las siete fosas de Paracuellos del Jarama? Si tanto se honraron durante el régimen de Franco, ¿Por qué permanecen todavía ahí? Y así muchos otros cadáveres hacinados, vidas rotas y recuerdos olvidados por el mero hecho de pertenecer al lado equivocado de la historia.

¿Y qué hay del genocidio de la izquierda dentro de la propia izquierda?¿Nin y compañía también forma parte de esa memoria? Que incoherencia, pues el bando por el que luchaban muchos de los asesinados por la izquierda, era distinto del que hoy se busca dar justicia. ¿No merecen ser honrados todos aquellos asesinados dentro del bando republicano, y que fueron asesinados por el mismo? Porque creo recordar que no recibieron homenaje alguno durante el Franquismo.

La Ley de memoria histórica es necesaria, pero está incorrectamente planteada. Se busca honrar una causa, cuando existen muchas lagunas históricas en los otros genocidios, y familiares igual de dolidos tratando de recuperar la memoria. No vale más una vida que otra. La memoria no puede ser tergiversada ni puede ser un símbolo. Ésta nos ha de ayudar a comprender nuestro pasado, sin limitaciones ni restricciones, y partiendo de ahí cimentar nuestro futuro democrático. Recuérdalo pero perdona a aquellos que lo cometieron, una consigna que durante la transición parecía básica pero que Garzón se encargó de violar con una prepotencia y soberbia fuera de lugar. Él por cuenta propia redactó una lista de los culpables de la historia, dando cuenta del trasfondo revanchista y vengativo de la ley o al menos de la forma en que se está desarrollando. En ella tan sólo figuraban los de un bando, olvidando la otra parte de la balanza, cuando todavía quedan muchas lagunas por descubrir, pero no es cuestión de entrar en detalles. Mientras tanto Carrillo continua apoyando la ley de memoria histórica. Hace bien.

La ley debe honrar a toda persona olvidada, independientemente de su ideología o de la causa de su muerte. Debemos honrar a los héroes y a los inocentes. Debemos distinguir entre héroes y villanos, y no quedar limitados en nuestro reconocimiento por prejuicios ideológicos. Sólo entonces cuando sepamos honrar a nuestros muertos, independientemente del fondo de su lucha seremos capaces de superar nuestro pasado.

La justicia ya se la tomaron nuestros antepasados por su cuenta, nuestro papel es el de recordar. No de rememorar viejas rencillas, sino de comprender y de analizar, para que todo ello no vuelva a ocurrir. Al fin y al cabo ese debe ser el papel de la historia.