Después de 6 años de infructuosa presencia militar en Irak, Gran Bretaña inicia su retirada oficial del país (pese a que ya había reducido considerablemente sus contingentes armados).
La guerra se ha cobrado la muerte de 179 soldados británicos. Sin embargo es duro constatar que su lucha ha sido en vano. Gran Bretaña se marcha de Irak por la puerta de atrás sin los deberes hechos y sin haber conseguido nada más que desgracias. Al enorme coste humano (número de fallecidos, heridos de gravedad y afectados psicológicamente) le sigue el coste económico (englobando tanto el gasto en tropas y en reconstrucción del país como en materia de pensiones a los ex-combatientes y a familiares de los fallecidos en el conflicto) unido a otros costes complementarios como el coste de oportunidad que hubiese supuesto la inversión económica y humana en otros ámbitos, así como el coste político que supone el deterioro de su imagen externa.
No entraré a debatir si el interés real del conflicto residía en acceder al petróleo iraquí y su por tanto explotación pero si así fuere se ha fracasado estrepitosamente. Bien que las empresas norteamericanas dedicadas al petróleo se han visto beneficiadas, pero la innegable relación del aumento del precio del crudo ( por lo menos un aumento de entre 5 y 10 dólares por barril) y el conflicto han hecho reducir las importaciones del carburante en muchos de los países de la coalición, dando lugar a una importante reducción de la potencial actividad económica.
Si por otro lado nos guiamos por los fines altruistas que predicaban los defensores de la contienda a la hora de realizar un balance, los resultados son igual de desquiciantes.
Irak no se ha convertido en ese foco democrático capaz de alumbrar al resto de Oriente próximo. La democracia por la fuerza tal y como la concibe Norteamérica o al menos tal y como la ha enfocado en Irak no tiene cabida ni aquí ni en ningún otro lugar. Las encuestas reflejan que países como Alemania, Francia, Turquía o Indonesia han cambiado radicalmente su concepción de la democracia norteamericana, a peor claro está.
EEUU y sus aliados han eliminado el régimen de Sadam Hussein que asesinaba una media de 10.000 ciudadanos al año, pero no han hecho sino empeorar drásticamente la situación.
El terrorismo islamista se ha incrustado en algunas regiones, de modo que ha podido combatir mejor al enemigo, así como unir a sus filas a cientos de descontentos con las formas del invasor. La violencia se ha convertido en el pan de cada día en el país. El enfrentamiento chií-sunita ha encontrado el marco perfecto para explotar, y la industria del país ha quedado totalmente inutilizada. Sólo los focos petrolíferos parecen sufrir una cierta recuperación pero sin haber llegado todavía a los niveles anteriores a la guerra. Y para más inri las tropas que todavía permanecen en el país no cumplen con su cometido pacificador, pues la violencia lejos de reducir, continúa en niveles terroríficos.
El número de iraquís muertos supera el millón, el de heridos se desconoce pero deduciendo (de forma conservadora) se puede pensar que rondará los dos millones, y casi 5 millones de personas se han visto obligados a desplazarse por las circunstancias a otra parte del país.
En definitiva, un absoluto fracaso. EEUU y sus aliados han creado un nuevo Vietnam, una nueva derrota, y una razón más por la que dudar de la conveniencia de su liderazgo mundial. Cheney y George Bush (por este orden) han enviado más de 4.000 vidas al abismo sin haber conseguido nada a cambio. Gran Bretaña se marcha por la puerta de atrás, retira sus tropas, hace bien. Por fin han entendido que más vale marrón claro que marrón oscuro. Sin embargo las tropas de EEUU permanecen, se resignan a huir sin los deberes hechos. Su deber como americanos les obliga a quedarse y acabar lo que empezaron. Pero ¿Qué empezaron? ¿Todavía creen en aquello por lo que se fundamentó la guerra?. Conveniente sería que siguiese Obama los pasos de Gordon Brown y se marchasen cuanto antes las tropas. Los Estados Unidos retrasan lo inevitable, agravan su fracaso y aumentan el número de soldados sacrificados. No tienen nada que hacer, no tenían nada que hacer.