Amo mi patria. Allí nací. En ella me crié y moriré de igual manera. Cuando lejos marcho añoro el sonido del viento al soplar. El inmenso azul del mar y su fuerza golpeando la tierra sobre la que se erige mi morada.
Allí nunca hubieron murallas, ni tampoco verjas o alambradas.
En las casas viven las gentes y los techos les dan cobijo. El agua brota de la fuente y sacia al sediento, los animales pastan en el campo y alimentan al hambriento.
No conocemos la guerra ni cadenas que nos opriman. No hay símbolos, ni escudos o banderas. Cantamos a la lluvia y rezamos al sol que nos ilumina. Un crisol de colores y estampas se entremezclan en el valle y nos embriaga el olor de la bendita madreselva.
No tenemos un pasado, pero sí un futuro. Desde el escarpado relieve del horizonte oriental, desde la añil ventana del horizonte occidental. Desde donde nace hasta donde muere el ambarino astro celestial soñamos nuestros propios sueños, hablamos nuestras propias lenguas pero cantamos las mismas canciones. Los músicos no utilizan partituras, y los escritores no necesitan de una pluma para contar sus historias.
Las gentes viven y mueren, caminan y no deambulan. No se aferran a sus sueños porque se desprenden de ellos y los hacen realidad.
En mi patria no conocemos la libertad porque nunca nos la han arrebatado.
En mi patria no conocemos la libertad porque nunca nos la han arrebatado.