Todavía recuerdo cuando yo solía escribir. Al amanecer apuraba las últimas líneas, tras haberme refugiado en la oscuridad de la noche durante tanto tiempo. Contemplaba la hoja y me sentía libre. Escribía porque me sentía vivo, y aun acostumbrado al hedor de la muerte, componía frases, redactaba párrafos e incluso contaba historias que creía ya haber vivido.
La muerte era algo tan familiar como lejano. Y cada una de sus terribles melodías me obligaba a buscar una nueva letra para mis caducas canciones.
Me sentía vacío y jugaba con el tiempo, contando minutos, viendo pasar las horas. Denunciaba desde los altares de la inmortalidad, y olvidaba las responsabilidades del que vive. Los pasatiempos, los juegos, la estulticia y la ignorancia que arrojaba por la borda, quedándome tan solo con el fulgor de mi pluma, con mis sueños y mi ego.
Me embelesé entonces con el aroma del forzado encuentro. Busqué acaso, en vez de esperar a lo fortuito y casual. Me vendí a las circunstancias, olvidándome de mí mismo, satisfaciendo a su vez la ignorancia del que cree. Manché mis líneas, y dejé que se oxidasen.
Otorgué, y fui empujado a las tinieblas, al paredón de los sueños quebradizos, Me asomé por los balcones de la ignominia mundana, resalté momentos que me fueron ajenos, e incluso llegué a compartir las ideas de los muertos.
Hoy extasiado y humillado. Víctima de mi condición de individuo, consciente de mi papel como ser humano, vuelvo a sostener esa pluma que me hizo vivo, que me salvó de la corriente del tiempo, que me amparó en la soledad y me salvó de las garras de la muerte.
La muerte era algo tan familiar como lejano. Y cada una de sus terribles melodías me obligaba a buscar una nueva letra para mis caducas canciones.
Me sentía vacío y jugaba con el tiempo, contando minutos, viendo pasar las horas. Denunciaba desde los altares de la inmortalidad, y olvidaba las responsabilidades del que vive. Los pasatiempos, los juegos, la estulticia y la ignorancia que arrojaba por la borda, quedándome tan solo con el fulgor de mi pluma, con mis sueños y mi ego.
Me embelesé entonces con el aroma del forzado encuentro. Busqué acaso, en vez de esperar a lo fortuito y casual. Me vendí a las circunstancias, olvidándome de mí mismo, satisfaciendo a su vez la ignorancia del que cree. Manché mis líneas, y dejé que se oxidasen.
Otorgué, y fui empujado a las tinieblas, al paredón de los sueños quebradizos, Me asomé por los balcones de la ignominia mundana, resalté momentos que me fueron ajenos, e incluso llegué a compartir las ideas de los muertos.
Hoy extasiado y humillado. Víctima de mi condición de individuo, consciente de mi papel como ser humano, vuelvo a sostener esa pluma que me hizo vivo, que me salvó de la corriente del tiempo, que me amparó en la soledad y me salvó de las garras de la muerte.
1 comentario:
Unamuno decía que el escritor, en cada página se suicida...
Un placer leerte.
Saludos desde la Enterprise.
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