sábado, 26 de junio de 2010
El tiempo
Para escribir se necesita tiempo.
No hablo de tiempo como espacio vacío en una agenda, ni como instantes robados a la muerte.
Con tiempo me refiero a la sucesión de acontecimientos. A la continua interacción del individuo con su entorno, al aprendizaje, y a la adaptación al mundo en el que vive.
Resulta paradójico que cuanto más conocemos más alejados nos encontramos.
Con el paso del tiempo, esa línea que separa lo vivo de lo muerto, lo esteril de lo fertil, lo vano de lo trascendental, nos resulta menos estrecha.
Con el paso de las horas sustituimos unas ideas por otras. No obstante, terminan siempre floreciendo las mismas preguntas: ¿Quién puso en marcha el reloj?, ¿Cómo funciona este realmente?, ¿Qué somos sino esclavos de las agujas del mismo?, ¿Cuándo dejará de sonar ese tic-tac?
Me pregunto entonces por qué escribir cuando no se vive, cuando no se es.
¿Por qué no despedirse del mundo en vez de prolongar la agonía del mismo en forma de frases decapitadas? ¿ O acaso vivimos en un continuo engaño y en el fondo somos inmortales? ¿Cómo saber pues, cuándo vivimos y cuándo no? ¿Cuándo escribimos realmente y cuándo hacemos simples garabatos?
Cada vez estamos más cerca del mundo y más lejos de nosotros mismos.
Quizás sea el momento de dejar de serle infiel a la muerte.
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1 comentario:
Saludos!
Me alegra que hayas vuelto a la carga tras una pequeña época de inactividad justificada...
En mi opinión, prefiero hacer garabatos pero de forma racional. Creo que valen más que muchos discursos y opiniones vacías...
un saludo señor Iborra.
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