Reloj de arena
domingo, 2 de enero de 2011
Flores
Para ser honesto con uno mismo y con los demás, y seguir soñando, es necesario ir deshojando una margarita con el paso del tiempo, y no tirarla al suelo hasta que no queden más hojas. Para evitar chafar pronto la flor, hay que cortar muchos tallos antes del invierno o por el contrario puedes decidir quemar un jodido bosque.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Orgullo, sustancia y tiempo.
Perverso mundo pervertido por la moral que ensalzas al levantarte.
Enfermizo velo de la tupida copa del árbol del vino que se erige sobre el fango en el que brindas. Amargo sabor que paladeas sin cesar, caducos frutos que exprimieron tiempo atrás.
Tú, insolente. Reniegas de mi inspiración y de mi cuerpo. De los fragmentos que componen tus vaivenes nocturnos. De tus sonoras gestas, de tus privados placeres.
Te crees y te pruebas en otros licores. Te eriges de nuevo en ti mismo, olvidándonos. Me abandonas al acecho cada mañana. Pero al final… vuelves una y otra vez. Me reclamas, y suplicas. Ocultándome tras tu lozano rostro salpicado de inocencia.
Sin embargo llegará un día en el que te dejaré. Y nada te quedará.
Serás paladín de las ideas que transgrediste, camarada de aquellos a los que odiabas en secreto. Dejarás de ser, y morirás arrepentido de las infidelidades con que me ultrajaste tantas veces.
Enfermizo velo de la tupida copa del árbol del vino que se erige sobre el fango en el que brindas. Amargo sabor que paladeas sin cesar, caducos frutos que exprimieron tiempo atrás.
Tú, insolente. Reniegas de mi inspiración y de mi cuerpo. De los fragmentos que componen tus vaivenes nocturnos. De tus sonoras gestas, de tus privados placeres.
Te crees y te pruebas en otros licores. Te eriges de nuevo en ti mismo, olvidándonos. Me abandonas al acecho cada mañana. Pero al final… vuelves una y otra vez. Me reclamas, y suplicas. Ocultándome tras tu lozano rostro salpicado de inocencia.
Sin embargo llegará un día en el que te dejaré. Y nada te quedará.
Serás paladín de las ideas que transgrediste, camarada de aquellos a los que odiabas en secreto. Dejarás de ser, y morirás arrepentido de las infidelidades con que me ultrajaste tantas veces.
lunes, 16 de agosto de 2010
Elogio de la palabra
Todavía recuerdo cuando yo solía escribir. Al amanecer apuraba las últimas líneas, tras haberme refugiado en la oscuridad de la noche durante tanto tiempo. Contemplaba la hoja y me sentía libre. Escribía porque me sentía vivo, y aun acostumbrado al hedor de la muerte, componía frases, redactaba párrafos e incluso contaba historias que creía ya haber vivido.
La muerte era algo tan familiar como lejano. Y cada una de sus terribles melodías me obligaba a buscar una nueva letra para mis caducas canciones.
Me sentía vacío y jugaba con el tiempo, contando minutos, viendo pasar las horas. Denunciaba desde los altares de la inmortalidad, y olvidaba las responsabilidades del que vive. Los pasatiempos, los juegos, la estulticia y la ignorancia que arrojaba por la borda, quedándome tan solo con el fulgor de mi pluma, con mis sueños y mi ego.
Me embelesé entonces con el aroma del forzado encuentro. Busqué acaso, en vez de esperar a lo fortuito y casual. Me vendí a las circunstancias, olvidándome de mí mismo, satisfaciendo a su vez la ignorancia del que cree. Manché mis líneas, y dejé que se oxidasen.
Otorgué, y fui empujado a las tinieblas, al paredón de los sueños quebradizos, Me asomé por los balcones de la ignominia mundana, resalté momentos que me fueron ajenos, e incluso llegué a compartir las ideas de los muertos.
Hoy extasiado y humillado. Víctima de mi condición de individuo, consciente de mi papel como ser humano, vuelvo a sostener esa pluma que me hizo vivo, que me salvó de la corriente del tiempo, que me amparó en la soledad y me salvó de las garras de la muerte.
La muerte era algo tan familiar como lejano. Y cada una de sus terribles melodías me obligaba a buscar una nueva letra para mis caducas canciones.
Me sentía vacío y jugaba con el tiempo, contando minutos, viendo pasar las horas. Denunciaba desde los altares de la inmortalidad, y olvidaba las responsabilidades del que vive. Los pasatiempos, los juegos, la estulticia y la ignorancia que arrojaba por la borda, quedándome tan solo con el fulgor de mi pluma, con mis sueños y mi ego.
Me embelesé entonces con el aroma del forzado encuentro. Busqué acaso, en vez de esperar a lo fortuito y casual. Me vendí a las circunstancias, olvidándome de mí mismo, satisfaciendo a su vez la ignorancia del que cree. Manché mis líneas, y dejé que se oxidasen.
Otorgué, y fui empujado a las tinieblas, al paredón de los sueños quebradizos, Me asomé por los balcones de la ignominia mundana, resalté momentos que me fueron ajenos, e incluso llegué a compartir las ideas de los muertos.
Hoy extasiado y humillado. Víctima de mi condición de individuo, consciente de mi papel como ser humano, vuelvo a sostener esa pluma que me hizo vivo, que me salvó de la corriente del tiempo, que me amparó en la soledad y me salvó de las garras de la muerte.
sábado, 26 de junio de 2010
El tiempo
Para escribir se necesita tiempo.
No hablo de tiempo como espacio vacío en una agenda, ni como instantes robados a la muerte.
Con tiempo me refiero a la sucesión de acontecimientos. A la continua interacción del individuo con su entorno, al aprendizaje, y a la adaptación al mundo en el que vive.
Resulta paradójico que cuanto más conocemos más alejados nos encontramos.
Con el paso del tiempo, esa línea que separa lo vivo de lo muerto, lo esteril de lo fertil, lo vano de lo trascendental, nos resulta menos estrecha.
Con el paso de las horas sustituimos unas ideas por otras. No obstante, terminan siempre floreciendo las mismas preguntas: ¿Quién puso en marcha el reloj?, ¿Cómo funciona este realmente?, ¿Qué somos sino esclavos de las agujas del mismo?, ¿Cuándo dejará de sonar ese tic-tac?
Me pregunto entonces por qué escribir cuando no se vive, cuando no se es.
¿Por qué no despedirse del mundo en vez de prolongar la agonía del mismo en forma de frases decapitadas? ¿ O acaso vivimos en un continuo engaño y en el fondo somos inmortales? ¿Cómo saber pues, cuándo vivimos y cuándo no? ¿Cuándo escribimos realmente y cuándo hacemos simples garabatos?
Cada vez estamos más cerca del mundo y más lejos de nosotros mismos.
Quizás sea el momento de dejar de serle infiel a la muerte.
viernes, 18 de junio de 2010
Un episodio cualquiera
Sentado junto al mar, mirando a las estrellas, escribo historias que un día soñé.
La brisa, hipnotizante, me embriaga. Me veo reflejado en cada palabra, en cada suspiro y en un único aliento. Permanezco callado, sin embargo tengo tantas cosas que decir…
Cuento cada grano de arena e intento lanzarlo al infinito. Sobre él trazo cientos de líneas, que son engullidas por la oscuridad. Las sombras me impiden continuar mi labor.
Estoy solo en la playa, tan lejos de alguien.
Extiendo los brazos, también el cuerpo. Me tumbo en la arena.
Ahora estoy más lejos de los astros celestiales, más cerca de esa gente. Pero todavía me veo incapaz. El aire golpea mi mejilla, y hay tantas anécdotas que contar, tantas disputas que zanjar. Mañana amanecerá de nuevo, y yo seré una persona más.
jueves, 20 de mayo de 2010
lunes, 17 de mayo de 2010
Fatiga
Creo embriagarme con el aroma del infinito. Aunque lejos de ser autocomplaciente, asqueado de otros olores que pudieron confundirme, consciente de la esencia de lo intangible, me asomo al mundo buscando un nuevo perfume.
Las palabras, caducas, se me atragantan. Y ya nada me hace joven.
Busco en mi memoria frases, sentencias... Pero sólo estoy yo, y me basta.
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